San Brandán y el wisge beatha
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

Se dice que la séptima ola de una tempestad es la brava; causa la gran turbulencia de una tormenta. Los oceanógrafos confirman que esta creencia es una superstición, pero el temor de la séptima ola mortal persiste entre los marineros.

Otro tipo de singladura me lleva, no a una séptima sino enésima ola de las turbulencias, la galerna de acomodar y reubicar libros en las estanterías de las bibliotecas. Llego a la “b” y me detengo en Benedit, El viaje de San Brandán, en la excelente traducción y prólogo de Marie José Lemanchard (Madrid, Siruela, quinta edición, 1995), a su lado un ejemplar del “National Geographic” de 1977, con la foto en la tapa de un curragh de dos mástiles orzado a babor -mis saberes náuticos vienen de navegar en bibliotecas, librerías y diccionarios- y el título “Did Irish monks discover America?”.

El hallazgo me acicateó a escribir sobre el tema, busqué en mi archivo Word de lecturas; leí el libro en 2019; no recuerdo cuándo la nota del “National Geographic”. La historia de San Brendán es una leyenda irlandesa sobre el viaje hecho por el santo en el siglo VI, recopilada en el XII y emparentada con tradiciones nórdicas, igualmente antiguas, que hablan de la llegada de los navegantes a tierras allende el horizonte, supuestamente las costas de América del norte, siglos antes que Colón. El viaje hecho por San Brendán y catorce monjes fue en búsqueda del lugar, dizque, se encontraba el Paraíso y el medio de transporte elegido fue un currach, embarcación hecha con una estructura de madera y casco de cueros de buey cosidos.

Tengo para mí que el origen de esa leyenda está en el consumo, en las soledades claustrales, de un producto de la Santa Madre Iglesia, nacido en Irlanda: las bebidas alcohólicas destiladas.

Sabemos quien bebió por primera vez jugo de uvas fermentado, Noé, pero también descubrió los efectos de su hallazgo si bebido en exceso; así le fue, se quedó dormido desnudo, fue descubierto por su hijo Cam quien se encargó de cubrir sus vergüenzas -o “las achuras”, como decía mi abuela Emperatriz-. Fiel a esa tradición, en un paso más evolucionado, otra leyenda irlandesa –ya ‘verdad histórica’– atribuye a San Patricio, el haber introducido el alambique en su tierra, técnica y usos que habría descubierto en un viaje a Egipto. Ahora, el santo no viajó al Cercano Oriente, fue otro monje irlandés, San Kevin, quien anduvo por Egipto donde aprendió las técnicas de destilación para obtener alcohol.

El témino deriva del árabe al koh'l, que conocemos como kohol, maquillaje femenino de los ojos –aunque con el asunto de la igualdad de género y sus derivas, políticamente correctas, que pueden emborrachar cualquier intento literario, mejor, ‘maquillaje para ojos’, en lugar de ‘maquillaje femenino para ojos’–. El al koh'l se obtenía con el sublimado –paso del estado sólido al gaseoso sin atravesar la etapa líquida intermedia– de la galena y su posterior condensación, más el agregado de sustancias aromáticas y colorantes para darle la consistencia de polvo o crema. Los alquimistas del Lejano y Cercano Oriente y norte de África perfeccionaron técnicas de destilado –así muchas palabras relacionadas con éste tienen origen árabe: alambique, alquitara, atanor, alquimia–. Pero los árabes no bebían el alcohol, destilaban para hacer perfumes, ungüentos; y llegaron más lejos, se atribuye al alquimista persa Jabir ibn Yayya, el descubrimiento del “agua fuerte”, que disuelve la plata y el “agua regia” que disuelve el oro.

Serán los cristianos quienes se encargarán de darle otro uso, igualmente divertido al alcohol, bebiéndolo. Luego de instalada en Irlanda la técnica para destilar mostos y guarapos, surgió una feliz carencia; en la verde Erin no abundaban las viñas, pero en los monasterios fabricaban cerveza con cebada y centeno; San Patricio tuvo la idea de destilar esos mostos y obtuvo la nueva agua, que aclaraba la voz y calentaba corazones en los fríos maitines invernales y la postrer oración nocturna -o entonaba en los cálidos maitines estivales y postrer oración nocturna-; había nacido el aqua vitae o el uisce beatha (agua bendecida), hoy conocida como whiskey (whisky irlandés). El aqua vitae, como el “agua fuerte” y el “agua regia”, tiene el don de, si consumida en exceso, disolver la razón y la cordura. Y ya doscientos años después de San Patricio -que para más inri era escocés-, monjes de Irlanda, Escocia y el resto de Europa comerciaban destilados, secos o dulces, aromatizados con todo tipo de hierbas, semillas y especias.

Por aquellos siglos del santo irlandés nacido en Escocia, los compatriotas declaraban que los clanes antepasados habían llegado a Jerusalén antes que los cruzados y que fueron ellos los inventores del ahora uisge beatha (uisge con ge) hoy conocida como whisky –las brumas de las Highlands y el uisge beatha, pueden provocar delirios místicos, patrioteros o el mismísimo monstruo de Loch Ness–. Quienes zanjaron este problema onomástico gaélico fueron las tropas de Enrique II de Inglaterra, cuando hacia finales del 1100 invadieron Irlanda –el rey estuvo involucrado en el affaire del obispo, hoy santo, Tomás Becket, que tuvo derivas literarias en T.S. Eliot y Jean Anouilh; imposible hablar de singladuras etílicas sin sus consecuencias literarias–. Algunos de estos soldados tuvieron la suerte de alojarse en una abadía destiladora donde encontraron algunos cascos de roble que se apresuraron a taladrar. Luego de beber el nuevo elixir –que no era el esperado vino o cerveza– sintieron los pies alados como si tuvieran las sandalias de Hermes –el dios del Olimpo, no Hermès la marca francesa– que los empujaban volando como flechas (to whisk, en inglés, llevar rápidamente).

En 1977, Timothy Severin, graduado en la Universidad de Oxford, escritor especializado en recrear viajes legendarios, basado en la lectura del libro de Benedit, realizó la travesía, a bordo del Brendan, acompañado por un especialista en navegación a vela, un fotógrafo del “National Geographic” y un artista; hicieron la remake de esa aventura marítima. En once meses, navegaron entre Irlanda e Islandia, pasando por las islas Hébridas y Feroe, para culminar en la isla de Terranova. El Brendan, era un currach construido según las técnicas del siglo XII. Los nautas lograron demostrar que, en teoría, no fue Colón, sino el mítico San Brendán quien llegó primero a las costas de América.

Vuelvo al whiskey o whisky, una explicación de enólogo. Una vez destilado deberá reposar entre siete y treinta años en vasijas de roble -el que yo bebo, Glenlivet, con veinticuatro años de añejamiento-; pero una vez embotellado, permanecerá inalterable y sin envejecer, en su misma edad, por los siglos de los siglos. Como los textos de una biblioteca de clásicos de todos los tiempos y culturas e igual que, en el caso de los whiskies, son blended (mezclados). Por los siglos de los siglos. Amén.





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