El 2023 irrumpió con avatares físicos, hogareños, bibliotecológicos, literarios, bibliográficos. Cuasi bélicos y no es metáfora, el paso de plomeros y pintores por casa la dejó como si le hubiera caído una bomba; polvo y caos, mejor Polvo y espanto, como la novela de Abelardo Arias.
El primer avatar surgió el 3 de enero, un corte de luz en nuestro piso -con el indicador de que desde las ventanas y el balcón se veía el resto de la manzana y los pisos inferiores iluminados-, nos hizo pensar que habría sido los fusibles de nuestro piso. Llamé el ascensor, para descender hasta planta baja y de allí al sótano para ver el tema fusibles. Justo en medio del quinto y el cuarto se plantó el ascensor. Llamé por teléfono a Martín, Beatriz y Rubén, vecino del octavo. Rubén me dijo que había saltado una fase de energía y que varias manzanas, estaban sin luz igual que la mitad de los departamentos del edificio. La espera podía ser larga, abrir la puerta pantográfica del ascensor es fácil, analizamos la situación con Rubén, era más fácil salir por el cuarto, pero si me resbalaba terminaba en el foso -que en este caso devendría mi fosa-. Lo mejor era por el quinto, resolví izarme a pulso -dominada prona, en términos de gimnasio-; terminé con un fuerte dolor en el hombro derecho que al final resultó esguince. Ya en planta baja, nos encontramos con Martin quien confirmó lo de varias manzanas sin corriente.
Por su parte Marta, la vecina de Planta Baja A me dijo con la sinceridad patibularia que la caracteriza: “Tuviste suerte, hace años mi papá intentó hacer lo mismo cuando se quedó encerrado y se mató al caer por el hueco del ascensor…”. Hasta hoy sigo con fisioterapia.
El 9 de enero, desembarcó la avanzada de la invasión: plomero, pintor y albañil para arreglar un caño roto de una ducha y reponer azulejos; el último no fue fácil de encontrar, en las ferreterías del barrio no conocían ningún azulejista. Lo peor es que “azulejista” no es un vocablo registrado por la RAE, sí “plomero” aclarando: “en Andalucía y América, fontanero”. Desavenencias y ninguneos semánticos que no son de extrañar, en una caja de madera de habanos guardo gubias, leznas y un calisuar, palabra ignorada por la RAE y diccionarios -prefieren “escariador”-, que me regaló un gasista; lo compró en la ferretería de enfrente. El calisuar es insuperable a la hora de destapar los pequeños agujeros de las hornallas de gas cuando un derrame de caldo espeso lo tapa.
Día y medio de picar una pared, hacer arreglos y sacar escombros. Hace casi tres años que, sabiendo lo que nos esperaba, veníamos postergando pintar el departamento y las paredes lo pedían a gritos. Lo postergamos porque sabíamos que tapar o mover casi 5000 volúmenes repartidos en el dúplex no sería fácil. Las imágenes de piezas llenas de escombros y polvo de casas bombardeadas en Ucrania, como la sombra terrible de Facundo que evoca el “sanjuanino de valía” -Borges dixit- nos aterrorizaban. Pero como advirtió Napoleón en situaciones extremas: “On s’engage et puis… on voit” (Se empieza… luego se ve); fuimos invadidos por tres pintores. Libros apilados en el medio de las piezas, estantes tapados con plásticos y lonas; nosotros desplazándonos con un bolso de mano cada uno con nuestras tablet, cuadernos libros y lápices, las computadoras tapadas y respondiendo los mails desde los celulares; la situación era cortazariana, pero “Casa tomada” fue una aventura de Heidi comparada con nuestro caos.
Y la invasión continuó, ahora no en premoniciones napoleónicas, porque el plazo inicial de cinco días, por inconvenientes imprevistos de paredes que requirieron más manos de pintura y enduido, se prolongaron a semana y media.
Padecíamos la ocupación y me acordé del autócrata general Patton y su versión bélica del cuento “sopa de piedras”; un mendigo pide en una casa una olla y un poco de agua para hacerse una sopa con piedras, cuando le preguntan cómo le está saliendo dice que le harían falta algunos ingredientes que iba pidiendo de a uno, de donde la dichosa sopa de piedras resultó un puchero como los de Doña Petrona. En la invasión de Sicilia, Patton remozó el relato infantil y desarrolló su estrategia de “sopa de piedras”: enviaba unidades a zonas que sabía fuertemente defendidas, aparentemente eran misiones de reconocimiento. “Sorprendido” por la resistencia enemiga, Patton solicitaba cada vez más apoyo para sus exploradores, y esta misiones resultaban en batallas encarnizadas. Así, en la invasión a casa, luego de la pintura fueron puertas que había que cepillarles la parte inferior, luego burletes de goma y fieltro para ventanas y puertas corredizas; luego, luego…
Limpiar llevó cuatro días, y al encender la notebook en mi escritorio, más o menos habitable, una actualización de Windows no se terminó de realizar y me dejó sin poder usarla hasta el jueves 19, y la determinación de comprar otra notebook y dejar esta como auxiliar. Pero, como en el Londinense barrio de Barbican que, consecuencia de los bombardeos nazis, reveló ruinas y objetos del antiguo asentamiento romano de Londinium -caro a Astérix y Obélix- surgieron del caos libros perdidos, dos de ellos buscados con el afán de Indiana Jones. Entre otras cosas aparecieron: Fisiología del buen gusto, de Brillat Savarín, una rara edición de Aguilar de 1963, que deseaba llevar al estante dedicado a historia de la alimentación. Y el buscadísimo Teoría de la clase ociosa, en la edición del 1974 de FCE con prólogo de Galbraith, este último hacía más de un mes que lo andaba buscando. Los dos libros los podría encontrar en Mercado Libre, pero no las anotaciones que había realizado en mis lecturas.
En El conde de Montecristo, Edmundo Dantés le muestra a la baronesa Danglars los objetos más preciados de su colección de arte: dos inmensos jarrones de porcelana china recuperados del fondo del mar que: “arrojó sobre ellos sus plantas, torció sus corales e incrustó sus conchas”. Así, de las profundidades del polvo, surgió un extraño tesoro de olvidada existencia: Genio y figura de Manuel Mujica Lainez, de Jorge Cruz, edición de EUDEBA, 1978. El libro tiene, su agregado como los del mar en los jarrones de Edmundo Dantés, la dedicatoria: “A Juan Carlos Ghiano, con un cariñoso abrazo de su amigo” y con todas las correcciones de las erratas del libro hechas con la misma tinta negra de la dedicatoria. Dedicatorias eran las de antes.
Solo queda la terraza. Serán un par de días pero es exterior. Aunque también advirtió Napoleón: “Ordre, contreordre, désordre”.
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