Hoy, domingo 25 de diciembre 2022, acabo de titular esta nota, resultado de la celebración de navidad con mi hermano y su familia, las derivas de cinco dedicatorias, y cuatro libros. Entre ellas median un viaje a Estados Unidos, otro a Alemania, una larga estadía en Río de Janeiro y 165 años. Una historia de las dedicatorias en mi poder. Y es toda una historia, porque no acostumbro a pedir que los autores me dediquen sus libros, a no ser que sean amigos.
En nuestra biblioteca tenemos cuatro libros dedicados por escritores con los cuales no teníamos relación previa: Conversación en la Catedral -“Para Beatriz y Danilo, un recuerdo cordial M.V.LL.”-, recuerdo el lugar, el Hotel Gloria, en Praia do Flamengo, no figura la fecha, aunque se podría averiguar; fue en la recepción oficial que le hizo la ciudad, en el viaje que el escritor hizo a Brasil en búsqueda de información para lo que en ese momento era el manuscrito avanzado de La guerra del fin del mundo. Pedro Páramo -“Para Beatriz y Danilo, un recuerdo muy cordial del amigo Rulfo”- sin notación del lugar y fecha, también se podrían precisar, fue en la visita que hizo Rulfo, a la Feria del Libro de São Paulo, por los días en que Vargas Llosa hizo su viaje a Brasil. La semana posterior, Rulfo, en una recepción en casa del cónsul de México en Río de Janeiro, donde habíamos sido invitados, avanzada la madrugada, en la intimidad de varios whiskies de más que todos teníamos encima, hizo una confesión no muy halagüeña de su colega peruano a propósito del work in progress de La guerra del fin del mundo, y que al día siguiente fue noticia en todos los diarios. La penúltima, dedicatoria tiene una revelación, también hay que estimar fecha y lugar, Feria del Libro de São Paulo, contemporánea de la dedicatoria de Rulfo; Boquitas pintadas -“Para Beatriz y Juan Carlos ¡perdón! Danilo, es que Danilo se llamaba quien inspiró el personaje de Juan Carlos, con el saludo arrinconado de Manuel Puig”-. Ya la última, luego de una larga entrevista que le hice al autor, tiene lugar y fecha, El maestro de esgrima -”Para Danilo Albero, esta historia del último hombre honrado. Su amigo A.P.R. Buenos Aires, Marzo 23, ’98”.
Pero esta nota sobre dedicatorias comenzó hace casi dos meses, cuando resolví comprar ejemplares de mi novela, Confesiones de un dandy. Una búsqueda por internet me permitió adquirir dos libros usados y saber de la existencia, en poder de un librero alemán de Hannover, especializado en vender libros dedicados por el autor. En su página, Confesiones de un dandy aparece con la dedicatoria en la portadilla -“Para Alex, de su amigo Danilo”-, por aquel entonces yo no ubicaba geográficamente ni databa las dedicatorias y es todo un misterio. Porque Alex, vivía en Frankfurt, no lo veo desde un par de años antes de la publicación de Confesiones de un dandy y perdimos el rastro epistolar hace añares.
El otro libro: Novelas españolas y coplas de Manrique con algunos pasages de Don Quijote Etc., fue editado en español por J. Griffin, Brunswick, en 1845 y tiene dos firmas, una de ellas en tinta negra W. P. Smith, Bowd. Coll., March 1857, la otra ilegible, en tinta azul, con otro trazo y sin datar. Además, en las dos páginas finales el borrador de una larga carta -escrito a lápiz por D. S. Hubbard, Teacher of New Hampton Academy, mayo de 1865-. Este libro lo compré, a un anticuario de Boston, a principios de los ’80 del siglo pasado Toda la historia de los tres personajes que firman el texto y la carta sin respuesta la fabulé y desarrollé en la novela Variaciones Turner.
Vuelvo a la cena de navidad en casa de mi hermano su esposa y las mellizas.
Hace casi seis meses que no los veíamos, se mudaron de casa con los problemas y confusiones que eso ocasiona, pero en la movida apareció una pequeña caja con libros cuya existencia habíamos olvidado. El asunto no reviste de mayores problemas tratándose de una familia de libreros, pero tuvo su miga ligada, cuando no, a un libro editado en octubre de este año y a raíz del cual viajé a Mendoza por cuatros días para su presentación. Las memorias de mi padre, publicadas, muy póstumamente, con la curaduría y prólogo de mi amigo, el escritor Jaime Correas: Mendoza era una fiesta, que recuerda sus años como cofundador y alma mater de la librería Centro Internacional del Libro, que nucleó la actividad cultural de la provincia en los ’60 del siglo pasado, a través de encuentros, conferencias y presentaciones que se organizaban en ella y por donde pasaron, entre otros, Antonio di Benedetto, Leopoldo Marechal, Norah Lange y Leonardo Favio, sin contar plásticos y músicos de la Orquesta Sinfónica de la U.N.C ya que, desde Centro Internacional del Libro, pudieron gestionar la importación de partituras, una trompeta y un oboe -años idos sin cepos a la importación de libros ni bienes de uso cultural.
Antonio Di Benedetto y mi padre fueron íntimos -nacieron el mismo año-, amistad que se heredé, con menor intensidad. En esta visita a mi hermano le llevé su ejemplar de Mendoza era una fiesta y me traje otra sorpresa de la olvidada caja: dos libros y tres dedicatorias. Zama, en la edición de CEAL, 1967 -“A mi querido amigo Rosel Albero, por el sentido dinámico y progresista que le ha dado en Mendoza a la circulación de la literatura. Con mis (adjetivo ilegible) votos por el sostenido éxito de la obra que ha emprendido”- firma ilegible y un 67. La otra dedicatoria pertenece a Absurdos, publicado por la descatalogada editorial Pomaire -que también editó por primera vez Respiración artificial- en 1978 y más que una dedicatoria es una carta de dos páginas escrita en las hojas de cortesía que anteceden a la portadilla, tiene fecha -Marzo del 80-, no lugar; fue en Madrid, donde se rencontraron mi padre, mi madre y Di Benedetto -no se veían hacía 17 años-, y la foto de los dos en Madrid es la que figura en la tapa de Mendoza era una fiesta.
La tercera dedicatoria, sin libro, que me traje de casa de mi hermano, estaba dentro de Absurdos, y es un enigma: la portadilla de Adán Buenosayres, la segunda edición de Sudamericana de 1966 - “A Rosel Albero, afectuoso recuerdo de su amigo. Leopoldo Marechal. Mendoza, 1967”-, y es un enigma porque no sabemos quién ni por qué motivos separó esa hoja de la novela.
Al fluir de estas líneas concluyo si leer libros, de familiares o comprados de segunda mano, con dedicatorias y anotaciones y las historias que velan, no es leer fragmentos de una novela, la de la historia secreta de los libros, que con cada relectura nos revela una trama distinta, la de nuestra propia vida; y esto me lleva a la película que vimos el viernes 23.
En Tiempo de Armageddon, hay un momento en que el abuelo Aaron le dice a su nieto, el pequeño y rebelde Paul: “Nunca hay que olvidar tu pasado, porque tu pasado te puede venir a buscar”. Y aunque no lo olvidemos, el pasado suele acudir a buscarnos con nuevas puestas a punto.
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