Aún no se acomoda el mundo a los milenials que ya los centenials invaden con sus exigencias.
Algo que parece claro es que ambos vienen a exigir y aún no hay movidas de intervención en aspectos en los que el arte interviene, salvo en el efecto sobre las tendencias que irrumpen en el arte.
Ambos grupos parecen coincidir en un aspecto: el movimiento; el arte debe incluir el movimiento y con ello podría llamar la atención de estas nuevas generaciones que no se detienen a reflexionar sobre los elementos del arte, sino a dejarse encantar por sus efectos.
Algunos indican que los juegos y la tecnología produce esta especie de fenómeno que por su velocidad no alcanza a decantar en arte o que el arte no logra alcanzarlos porque se escapa a una condición importante en el arte: la reflexión de la observación.
Sin embargo, me gusta comparar las nuevas tendencias a una antigua y conocida: el arte del Grafiti, imágenes que se trasladan en vagones de un tren que pasa, el espectador puede seguirlas, pero no aprehenderlas, sólo la repetición produce una estaticidad en la mirada que provoca la reflexión, mientras tanto, el primer impacto es seguir la imagen, aunque aún no llega a la ciencia, la atención es atraída hacia la expresión artística y despierta el espíritu de indagación.
Sin duda los artistas plásticos, como en cualquier otro ambiente, se ven succionados por las propuestas que la tecnología ofrece, está en sus manos encontrarles esa otra mirada que hace singular una obra.
El espectador está siempre en estado receptivo, el desafío es encontrar la mirada y mantenerla interesada.
Los centenials y milenials tienen en común la irreflexión sobre el consumo, si algo delimita la relación entre estos grupos y el mundo, respecto a las generaciones no nativas es darle al consumo una connotación diferente, comenzando por el placer, que se ve reflejado en el sentido más primario del hombre: lo lúdico.
Pero jugar no es simplemente obtener una meta, sino comparar las dificultades de la meta y en ello está involucrado el arte de presentar el desafío de la forma en que siempre se ha presentado las actividades que atraen al hombre: con arte.
La tecnología no compite con el arte, en referencia a una propuesta general del arte como la lectura o el cuadro pictórico, sino que cambia sus herramientas, la manera de ver, incorporándole elementos como el movimiento, el sonido, y un aspecto que parece invisible en la observación de una obra: el cuerpo.
El estudio del ojo, como parte del cuerpo ha sido motivo también del desarrollo del arte óptico, con la tecnología, la atención se amplifica, pero no deja de sostenerse en el atractivo artístico e imaginativo que produce el vértigo del objetivo: ganar, avanzar, pasar al próximo desafío.
En el desarrollo de las nuevas tecnologías hay una gama extendida de elementos que la componente, el arte es uno de ellos, si no el más importante por sus características tradicionales de importancia en la vida diaria, el arte ha sostenido su impronta desde que el mundo es mundo, desde aquella manos en las cuevas de Altamira y ha acompañado los cambios de procesos del hombre, su evolución, ha encontrado su espacio y los nuevos consumidores no serán la excepción, quizás porque el arte, en definitiva es insustituible, y la tecnología avanza, pero poca se queda lo suficiente como para ser más perecedera que el arte.
Estamos hechos de sustancia artística, la tecnología es otra herramienta, nos completa, expande, pero el sentido del arte es propio y de cada uno, inherente al ser humano, más allá de las épocas.