Cuando el tic tac del teclado comienza a involucrar el toc toc del corazón, un pulso candente se convierte en el mismo sonido que marca heridas de a las siete menos cinco de una tarde de lluvia cayendo por el precipicio de la lunática que se anima a navegar dentro de sí misma.
Veo mi cara reflejada en la pantalla.
Al escribir siento puntadas por dentro, pluf, plof, plif; me voy hundiendo, corroída por la nostalgia de esa habitación del otro, donde está todo él, con sus manos en el teclado, imaginándome, escuchando mi tic, tac, o el toc, toc, según.