Hace unos meses, en uno de los paneles del Argentino de Literatura, tuve el placer de escuchar a Link hablar de su (ya eterno) futuro libro sobre Copi. La charla fue con la rítmica clásica de un histriónico hablando de otro histriónico (en otras palabras, gloriosa) donde sobraron las afirmaciones perfectas y la gestualidad a la onda de La cage aux folles. La pregunta es ¿cómo resistirse a eso? inevitablemente, salimos todos a conseguir lo que sea del autor para leer de una forma pseudocompulsiva la misma conclusión: Copi bloquea, deja en standby y la única salida es hacer la señal de la cruz un par de veces y resignarse, o bien maquillarse un lunar falso marilinezco, vestirse con tules fucsias e impregnarse de esos grandes otros exiliados para sentirse paradójicamente incluido.
No hay otra vuelta, la división conocida que nos hacía sentirnos seguros desdeñando lo extraño se pierde, Copi te lo escupe: o sos una mariquita o no sos nada, superalo. Lo que cruza la línea se vuelve, en sus novelas y cuentos, lo único. Ya no tenés opción, ya no se puede nunca más ser casto y puro, ahora sólo queda revolcarse y seguir; continuar ante el sexo (de tan excesivo ya innecesario) o el amor con chicle de fruta y rímel de locas pero puro, siempre puro.
Al entrar en el texto lo primero es el goce, el knock out, pero al avanzar en los renglones, al introducirse en ese mundo de exiliados sociales viene el momento epifánico: “este realmente es su mundo”, o mejor dicho, no hay rastro de nosotros. La línea de frontera que divide (o solía dividir) las dimensiones entre nosotros y ellos se desdibuja y se forma un todo único, una línea sin orilla opuesta; en los textos de Copi no hay divisiones, todos son iguales en un mundo sin otredad.
Y así, en ese instante, caes en la cuenta de que no hay diferencias porque nuestro todo único cambió, ahora nosotros somos otros, nos convertimos en ellos; ahora nuestro mundo es de ellos (o volviéndome snob) ese nuevo todo es un nuevo absoluto que se construye a partir de lo extraño, de lo que antes estaba del otro lado. Es algo así como un punto de purpurina y nylon que se expande y nos sucumbe, ya no hay manera de huir, estás adentro y participas del colorete y las plumas.
Luego de escuchar a Link ese día en el Argentino y de salir asfixiada a conseguir lo que sea de Copi, luego de leerlo, de masticarlo, sólo se me ocurre pensar dos cosas; una es que ya no hay marcha atrás, puede gustar o no, pero ya no hay vuelta que darle, la marca está. La segunda cosa es que al leer a Copi ya no se puede escapar de los colores brillantes y las degeneraciones, ya nada importa realmente y todo cobra sentido. Las estructuras se rompen en la pura sensación de lo lúdico, ya no hay adentros ni afueras, ya no hay membranas. Lo otro (lo Uno) se desmenuza en una asociación libre, rizomática y se sublima en sí misma. Eso es Copi, histrionismo, purpurina, sexo y lágrimas; y para entrar, sólo debe admitir reciclarse en sus edipos y dejarse manosear por sus propias perversiones.