Se acabó, finiquito, pero no definitivamente, el fin del mundo no ocurrió. Sin embargo, si alguna persistencia ha demostrado el publicitado fin del mundo, es que siempre encuentra otro argumento que lo sostiene.

En las reflexiones del día después queda para dilucidar por qué hay gente que vive con el estrés de creer que el mundo se acaba, en vez de elegir vivir la incertidumbre que la vida nos propone, aunque más no sea por confiar un poco en la experiencia de los días.

El fin del mundo está en muchos detalles, en la falta de esperanza, por ejemplo, en la violencia y agresividad con que muchos nos regalan cada día.

Estos días, especialmente, hay mucha agresión que no pasa desapercibida, en dos días, presencié 4 hechos de violencia que pasaron desapercibidos, pero que no cuentan con un correlato que los justifique, en negocios de ventas, gente que se descarga en empleados la rabia que le provoca los precios, como si los empleados fueran culpables de lo que pasa.

En la calle, en la zona de Once, vi agresiones en la calle contra transeúntes, que fueron empujados en algunos casos, ensuciados, con sustancias que parecen grasas, sin que haya pasado nada que lo justifique.

Si vamos a creerle a la tendencia, el fin del mundo somos nosotros mismos. Si el tan mentado fin del mundo anunciado por los mayas fuéramos nosotros, aún hay esperanza que la fecha sea como se está diciendo ahora, un cambio en la humanidad, la catástrofe somos nosotros, ningún otro cataclismo parece peor.

La nueva era, un nuevo amanecer, anunciado en el calendario Maya, se me ocurre como algo equivalente a lo que pasó en el año 2000, desde el punto de vista informático: se quedaron sin símbolos para representarlo, como pasó a las computadoras que no tenían en cuenta el pasaje de milenio en su construcción, lo que provocó miles de acciones para corregir programas y tecnología.

A los mayas, que ya bastante tuvieron por concebir siquiera que existiría un año 2000, les pasó algo parecido: se quedaron sin símbolos y entonces le pusieron un punto final al relato.

Evo Morales, el presidente Boliviano, en resonancia con la idea de que el fin del mundo somos nosotros, lo llama el inicio del fin del capitalismo salvaje.

En otras palabras, si el fin del mundo somos nosotros, Evo Morales sugiere que se debe al modelo del capitalismo, que genera la violencia de la desigualdad.

Creo más en eso que en cualquier cataclismo natural, aunque no descarto que nuestra inconsciencia provoque, precisamente, eso: un desastre ecológico que provoque un fin del mundo real.

Mientras había grupos reuniéndose para orar, tranquilizar, los cultores del capitalismo salvaje aprovechando la efervescencia, vendió más que nunca películas de catástrofes, vendió libros, objetos y todo lo que pudieran usar para aprovechar ganar dinero con los temores de la gente.

En Estados Unidos, dicen, se vendieron hasta refugios para esperar el fin del mundo, así como en China un Arca de Noé.

Nosotros, hicimos como en el 2000, nos sentamos a ver la tv, porque los del país del norte nos tienen acostumbrados a que si pasara algo, ellos nos lo mostrarían por tv y cientos de personas con sus sillas de camping, se fueron a lugares con fama de espirituales a esperar el fin del mundo.

Los verdaderamente beneficiados, dicen, fueron los albergues transitorios, que estuvieron inusualmente ocupados con los que tiraron la chancleta, por las dudas, para que si los pescara el fin del mundo, al menos sería insistiendo en procrear.

La peor noticia es lo que no dejó el día después: ausencia de excusas para pagar el ABL con casi un 75 porciento aumentado.