Creo conocer a alguien que se dedica a cultivar especialmente la letra e. Borges, me atrevo a conjeturar, sitúa esta letra en extensión, en demiurgos, pero la deja fuera de infinitos, deduzco que, por algún motivo, se dedica a fomentar esa letra, sembrándola en su jardín de los senderos que se bifurcan, sin casualidad. Se oye la letra bajo las palabras, algo arborescente que planta un murmullo, un rastro, un signo. Desde cerca se descubre su cuerpo de letra amorfa y plena e incompleta a la vez. Aproximarse más aún, no ofrece consuelo alguno, sino una sensación de ir deshaciéndose en una ambigüedad de indecisiones con que la letra acomete al lector sin que haya mucho más que hacer que usarla para leer o para ver, según se entienda el verbo.