El poeta Ovidio, en su exilio en el Ponto (Mar Negro) -que hoy, en latín macarrónico, podríamos decir “lo que fue el culis mundi” para el mundano poeta que añoraba su Roma imperial-, escribió Cartas desde el Ponto. Una de ellas enfatiza el valor de su constancia para lograr la amnistía del emperador con sus versos “Gutta cavat lapidem, non vi sed saepe cadendo” (La gota cava la piedra no por fuerza sino cayendo continuamente).
Siglos después, Giordano Bruno, reescribió este adagio y le agregó dos versos, para hablar de la importancia de la lectura en el camino hacia la sabiduría: Gutta cavat lapidem, non bis sed saepe cadendo, / Sic homo fit sapiens non bis, sed saepe legendo (La gota cava la piedra cayendo no dos veces, sino continuamente, / Así, el hombre se vuelve sabio leyendo no dos veces, sino a menudo).
La versión más conocida en nuestra lengua para hablar del valor de la constancia ovidiana frente a obstáculos, al parecer insuperables, es “la gota horada la piedra”; pero pierde la cadencia poética de los versos de Ovidio y Giordano Bruno. No ocurre con el portugués que mantiene la fuerza rítmica: “água mole em pedra dura, tanto bate até que fura”.
Las versiones en latín y portugués logran el efecto poético y sonoro del golpeteo suave y constante y lo hacen con el uso de la figura retórica de la onomatopeya (en griego onomatopoia). El término es la suma de las palabras onoma (nombre); poiein (crear, imitar) y el sufijo ía (cualidad). Es la creación de palabras por imitación del sonido representado, familia que incluye una serie de recursos retóricos, más antiguos que los versos de Ovidio.
Las primeras definiciones de la figura, en español, inglés y francés -todas con la misma etimología-, orillan el siglo XVII. En nuestro idioma una inmersión por ese anexo maravilloso de la RAE, El Corpus Diacrónico del Español (CORDE), es como abrir el odre de los vientos de Eolo, lleva a lugares desconocidos y exóticos. Allí tenemos la primera precisión de onomatopeya aparecida junto con nuestro primer diccionario monolingüe -esto es con explicaciones en la misma lengua- el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias: “Onomatopeya es una figura quando del sonido de la cosa le damos el nombre, como atabal, bombarda, etc.”.
A su vez Covarrubias, refiere a una fuente anterior -¿qué otra cosa puede hacer un buen diccionario?- del asturiano Luis Alfonso de Carvallo, El Cisne de Apolo, de las excelencias y dignidad y todo lo que al arte poética y versificatoria pertenece (1602) “…derivando el vocablo de otro semejante, como llamar pólvora, de polvo por la semejanza que tienen las cosas, la tengan los vocablos, y escopeta de escupir. También se inventan vocablos conformes al sonido de lo que significan, a la cual invención llaman los griegos onomatopeya, como mugitus, que significa el bramar del buey por la semejanza que tiene en el sonido; sibilus, el silbo de la culebra; murmur, el ruido de el agua…”. El proceso pervive; hoy casi todas las definiciones de las voces de los animales son onomatopeyas.
Ya en necesidades más pedestres, al intentar comunicarnos en una lengua que ignoramos acudimos al lenguaje de signos y a las onomatopeyas. Dentro de estos intentos, en 1885, Lafcadio Hearn registró, múltiples ejemplos en su Gombo Zhébes Little Dictionary of Créole Proverbs, Selected from six Créole Dialects and translated into French and into English by Lafcadio Hearn -créole es el patois hablado por los esclavos negros francófonos en su intento de aprender la lengua de sus patronos y que, por su musicalidad, cautivó a sus amos blancos-. Una de las referencias de Lafcadio Hearn son los trabajos del escritor francés y especialista en lengua créole, Charles Baissac (1831-1892): “Le plupart des mot créés par le créole l’ont été par voie d’harmonie imitative…Mieux qu’une théorie, les examples suivants témoigneront du goût inné de nos noirs pour cette representation, a l’aide de la parole humaine, des bruits et des paroles inarticulées…” (“La mayoría de las palabras creadas por el créole lo ha sido a través de la armonía imitativa… Los ejemplos siguientes mostrarán, mejor que una teoría, el gusto innato de nuestros negros por esta representación, para ayudar a la voz humana en la pronunciación de ruidos y voces inarticuladas…”) y da el ejemplo de una niñera que recorre con el hijo de su patrón el corral, la caballeriza y el establo de la casa; ella le muestra al pequeño distintos animales y le va dando un nombre onomatopéyico a cada uno, para concluir: “…Zanimaux chaquéne so magnére galoupé; bourique, tiquiti, tiquiti, tiquiti; milet, tocoto, tocoto, tocoto; çouval, tacata, tacata, tacata…” (“…Cada animal tiene su manera de correr -galopar-; el burro...; la mula…; el caballo…”).
Por lo general, la onomatopeya quedó relegada a la paremiología, poesía y música. Será James Joyce, que ha llevado a su narrativa su formación y oído musical, quien empleará la onomatopeya como procedimiento literario con valor narrativo más complejo. Así, entre otros ejemplos, en Retrato del artista adolescente, cuando Stephen Dedalus regresa del internado a su casa tiene una secuencia de percepciones auditivas que evocan el traqueteo -onomatopeya- de los vagones: “Los empleados iban de un lado a otro, cerrando y abriendo las puertas… tenían silbatos de plata y sus llaves hacían una música rápida: clic-clic; clic-clic” (“The guards went to and fro opening, closing, locking, unlocking the doors…they had silvery whistles, and their keys made a quick music: click, click, click click”).
Pero es el capítulo del VIII del Ulises (Eolo, alusión al dios de los vientos, por la profusión de recursos retóricos y hálitos utilizados), donde compone una sinfonía narrativa. Dentro de las decenas de figuras empleadas, veamos este pasaje, donde apela al recurso de muchos sustantivos en inglés con valor de verbo y también la libertad lingüística de ese idioma para elaborar nuevas prótesis -figura retórica resultante al unir dos palabras, caso de “deshonrar” o “subestimar”-: “Carreteros de enormes botas sacaban rodando de los almacenes de Prince barriles retumbantes y los subían con un choque al carro de la cervecería. En el carro de la cervecería se entrechocaban barriles retumbantes sacados rodando de los almacenes de Prince por carreteros de enormes botas” (Grossbooted draymen rolled barrels dullthudding out of Prince’s stores and bumped them up on the brewery float. On the brewery float bumbed dullthudding barrels rolled by grossbooted draymen out of Princes’s stores).
Pese a sus deseos de amnistía y retorno, Ovidio murió en Tomis, una ciudad del Ponto, hoy Constanza, en la costa rumana. Giordano Bruno cruzó el Aqueronte al ser quemado vivo; sus ideas y escritos fueron considerados heréticos por la inquisición.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.
|