Terminé de releer El asno de oro de Apuleyo, relatos pródigos en metamorfosis; empezando por la del protagonista. Lucio, apuesto comerciante, viaja a la ciudad de Hipata donde se hospeda en casa de un rico usurero, a quien llevaba recomendaciones de un amigo. Instalado en la nueva morada, Lucio seduce a la bella cocinera del anfitrión; con el tiempo ella le confiesa que su ama es una bruja. Luego de insistir Lucio logra que la sensual Fotis -la cocinera- lo lleve a la torre de la casa para ver, escondidos, cómo el ama, luego de untarse el cuerpo con un ungüento mágico, se transforma en lechuza y se aleja volando. Lucio convence a la amante que lo transforme en lechuza, pero ella se equivoca de ungüento y para sorpresa de ambos termina metamorfoseado en asno; pero Fotis lo tranquiliza diciéndole que debe comer unas rosas, en el jardín, para volver a su condición normal.
La primera impresión de Lucio, cuando alojado en el establo espera que Fotis regrese con las rosas, es ver que sus partes pudendas se han incrementado y desea que, cuando vuelviera a su estado normal, su entrepierna continúe siendo de asno.
A partir de allí las historias se complican, unos ladrones roban a Lucio asno y se verá envuelto en una serie de aventuras que revelan vicios, miserias y felonías del ser humano y de la sociedad -que en nada han cambiado en veinte siglos desde la publicación del libro de Apuleyo-. En las aventuras y desventuras, Lucio convive con ladrones y asesinos, escapa a los intentos de violación de sacerdotes travestis y pervertidos, se salva de ser castrado por un nuevo amo, al que coceó, en respuesta a malos tratos, y de un intento de ser carneado por sirvientes para servirle a al amo uno de sus muslos, asados, reemplazo de uno de ciervo, que se habían comido; vive un apasionado romance con una bella noble que se enamora de él y lo transforma en su amante.
La influencia de esta obra, junto con la de su contemporáneo Luciano de Samosata, también pródigo en relatos de este tipo de transformaciones, se hizo sentir en los siglos venideros años y continúa hasta el presente.
La mitología griega abunda en metamorfosis, tanto de los dioses del Olimpo, para lograr cometidos y atropellos, como de los humanos castigados, sea por soberbia sea por oponerse a los designios divinos. Pero quien se encargó de relevar y contar “históricamente” las metamorfosis de mortales, por obra de los dioses, fue el poeta Ovidio en los quince libros de su Metamorfosis, también catalogó los distintos tipos de mudanzas en animales, plantas o minerales. El innovador procedimiento estético de Ovidio consistió en presentar el poema o relato narrado en orden cronológico (carmen perpetuum) y el poema derivado o desviado (carmen deductum), incluido en el anterior y que puede referir a una historia anterior o posterior. Esta forma de narrar influyó en Luciano de Samosata y Apuleyo de Medaura, y continúa hasta el presente. La innovación de Apuleyo y Luciano hace a la presentación de los causantes de las mudanzas en los humanos y en la manera de presentar el relato.
La primera metamorfosis que experimenté en mi reciente relectura de El asno de oro fue descubrir un relato nuevo. Porque mi primera lectura fue de una versión de una traducción al español hecha en el siglo XVI, bastante “políticamente correcta”, dentro de lo que la obra lo permite, en lo que hace al lenguaje y la “suavización” de escenas escabrosas. La edición que acabo de terminar, de hace trece años, permite apreciar el texto en la polifonía de las voces de los protagonistas de los relatos, un registro que abarca del lenguaje erudito de los letrados al soez, procaz y prostibulario de los protagonistas.
Metamorfosis, del griego metamorpho, con la misma acepción que tenemos hoy, alude a transformación. Si para Ovidio (47 a.C. 17 d.C.) que vivió en la mudanza de cronología, pre y pos cristiana, las transformaciones requerían participación de los dioses, ya en el siglo II de la era cristiana, Luciano y Apuleyo harán un cambio radical, que prevalece hasta hoy.
A partir de ellos, y hasta el presente, las metamorfosis serán por arte y obra de humanos con poderes diabólicos, brujas o brujos y, con posterioridad, sabios o científicos, muchas veces con resultados trágicos. El doctor Fausto vende su alma al diablo para lograr poder y conocimiento, Dorian Gray busca la eterna juventud y el doctor Jekyll revela el frágil equilibrio que separa el bien y el mal en el alma humana en su oculto otro yo, Míster Hyde.
Las metamorfosis se continúan con una ficción de Villiers de L’Isle-Adam, La Eva futura, donde el sabio de la ficción, Edison, crea una mujer artificial para su amigo lord Ewald, enamorado y decepcionado de una mujer hermosa pero no muy inteligente. A esta nueva Eva Edison la llama androide -en realidad una ginoide- término que pervive hasta hoy. Y el doctor Higgins en Mi bella dama -adaptación fílmica de Pygmalion de Bernard Shaw, quien tomó la idea de Ovidio- logra otra metamorfosis al transformar a la bella Elisa, florista que habla el cockney de las clases bajas, en una dama por el solo hecho de hablar como lo hacen las clases altas. Y las mudanzas continúan hasta el despertar de Gregorio Samsa
Cabe al libro de Ovidio el honor de ser, después de la Biblia, el libro más representado o metamorfoseado, en artes plásticas, música y literatura.
Muchas de estas representaciones y reproducciones se han podido difundir gracias a las artes gráficas
Graficar según la RAE: “Representar mediante figuras o signos”, el parentesco se remonta al griego antiguo graphein, que significaba tanto dibujar como pintar, y las artes gráficas refieren a la impresión de libros e imágenes, inclusive al movimiento, como la cinematografía. Pero el comienzo de todo fue con el dibujo de las palabras, que enlazan y perpetúan relatos e historias. Y esta mudanza del homo narrans al homo scribens al homo legens. También da origen a un libro sagrado.
Leemos en el El Corán: “¡Lee en nombre de tu Señor, que ha creado …. / Que ha enseñado el uso del cálamo, / ha enseñado al hombre lo que no sabía”.
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