Acostumbrado a viajar, por lo menos una vez por año, en periplos de dos semanas, la forzada vida sedentaria de los últimos quinientos días ha traído otra secuela, no tóxica y optimista, del COVID a la cual he llamado “cepa omega”, última letra del alfabeto griego, antónima de las actuales y -valga la aliteración- letales. La benéfica secuela ha sido el incremento de horas de lecturas y relecturas, hermoso sucedáneo de los viajes ya anticipado por Emily Dickinson en los primeros cuatro versos de una octava: “No hay Fragata como un Libro / Para llevarnos a Tierras lejanas / Ni Corceles como una Página / Debriosa Poesía (Thereis no Frigatelike a Book / TotakeusLandsaway / NoranyCourserslikeaPage / OfprancingPoetry).
Esta forma de viajar me ha llevado, también, a comprar más libros -los japoneses llaman a este hábito tsundoku- y, a recorrer viejas lecturas, aunque por nuevos senderos; los bibliófilos saben que una biblioteca parte de un núcleo central y éste, como los jardines borgeanos, lleva a senderos que se bifurcan, ahora en estantes. También escribir es una modalidad de viaje y “vivir peligrosamente”, como dice el aforismo atribuido a Nietzsche, porque genera futuros recuerdos. Otra secuela de mi “cepa omega”, es transitar por recuerdos y añoranzas, estimo si éstos no son una manera de proyectarse hacia el futuro; en las últimas semanas vengo pensando si estas recurrencias son señales de estar vivo, además de un impulso existencial para generar recuerdos y añoranzas.
En enero de 2020, como suelo hacer los principios de año, planifiqué lecturas imprescindibles pero, fui un poco más lejos, preví las del 2021, mejor dicho “una del 2021”: la tercera visita a El Quijote; visita pospuesta hasta el 2021 porque exigía, antes, liquidar pagos atrasados con lecturas previas postergadas: primera y segunda parte de Guzmán de Alfarache y cuatro novelas de picaresca española, compradas hace añares; también volver sobre El lazarillo de Tormes y El buscón. El viernes pasado cumplí con estas deudas ante quem ahora me queda la deuda post quem y podré arrancar tranquilo con El Quijote.
No es la primera vez que pago deudas previas a transitar por alguna lectura, hace 14 años descubrí un nuevo libro de Anthony Beevor, recopilación de artículos de Vasili Grossman -autor que desconocía, pero Beevor fue excelente garante- como cronista de guerra, publicados en el periódico “Ejército Rojo”; con Grossman fue un amor a primera vista y, durante cuatro años, me dediqué a buscar su obra traducida. Casi a finales de un diciembre ya tenía mi autorregalo de navidad: Vida y destino, pero leí en el prólogo que, a mediados de 1943, en una carta al padre, Vasili Grossman dijo “durante los meses vividos en Stalingrado, cuando cubrí la batalla como corresponsal, leí cuatro veces La guerra y la paz”-una por cada mes que duraron los combates, todo un trabajo de lector-. Esas relecturas germinaron e inspiraron para escribir Vida y destino: saga familiar cuyo marco es, en vez de la invasión napoleónica -tal el caso de La guerra y la paz-, la lucha contra los invasores nazis; y en vez de un zar autócrata, ahora es el asesino serial Stalin, sinónimo mejorado y de vida más larga que Hitler. El prólogo de Vida y destino fue un desafío y, para la semana y media que pasamos de vacaciones en la costa uruguaya, me llevé en el equipaje un par de prismáticos, una cámara fotográfica y 2600 hojas de lectura: 1500 de los dos tomos de La guerra y la paz y 1100 de un volumen de Vida y destino. La de Tolstoi fue mi segunda lectura, hubo una ante quem de la demandada por el prólogo de la novela de Grossman.
Un nuevo sendero, desde las clases de cultura griega y latina de la secundaria a la carrera de letras, tenía por orden de lectura de la tragedia clásica a Esquilo, Sófocles y Eurípides y, hasta hace poco, ese era el orden para conocerlos. Este año resolví volver sobre algunas obras de los tres y en Los siete contra Tebas, de Esquilo, veo que tiene dos antecedentes: Las fenicias de Eurípides y Antígona de Sófocles, por primera vez se me ocurrió cotejar la vida de los autores y fechas estimadas de presentación de las tragedias -como toda obra de teatro, escritas para ser vistas y escuchadas, no leídas-. Vi que la manera de datar a los tres ha sido una manera Postquem, es decir “después de”, porque cronológicamente,la obra de Esquilo ha sido posterior a Sófocles y ésta posterior a Eurípides; en consecuencia, luego de Los siete contra Tebas terminé Las fenicias, ahora es el turno de Antigona; esa debería haber sido la manera correcta de leer: Antequem, “antes de”.
Hace una semana, compré en la librería de Fondo de Cultura un volumen que persigo desde mayo: Gastronomía e imperio: la cocina en la historia del mundo, de Rachel Laudan; en las primeras páginas veo, entre otras fuentes y referencias de la autora, Historia natural y moral de los alimentos de Magelonne Toussain-Samat -deliciosos siete tomos que, al estilo de Hannibal Lecter en versión de Anthony Hopkins, devoré hace veinte años-, ayer arranqué con la lectura que irá paralela con Antígona. En esta forzada vida sedentaria, mi tercera visita a El Quijote se pospondrá un par de semanas, no me quejo por la clausura y pienso en dos cosas; la primera, cuál debería ser el título más adecuado para esta nota. Es tarde porque cuando tengo una idea de lo que escribiré, titulo, nunca cambié de hábito ni con cuentos ni novelas, pero habría sido más adecuado: “Ante quem y Post quem literarios”; pensamientos, recuerdos e hilados narrativos se alternan de manera caprichosa, así como Ante quem y Post quem en los carriles de referencias y relaciones que los unen.La segunda, en los cuatro últimos versos de la octava de Emily Dickinson: “Esta Travesía puede hacerla el más pobre / Sin agobio de Portazgo / Qué frugal es el Carruaje / Que transporta al alma Humana”.
Y esto sí lo dijo Nietzche: “lo que no me mata me hace más fuerte”.
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