La que disuelve ejércitos
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.

La tragedia griega abrevó en distintas fuentes castalias, intermediadas por las armas y hechos de sangre, las más transitadas fueron la Guerra de Troya y sus derivas familiares -secuelas y precuelas-, también hechos conocidos por la mitología griega. Curiosamente la más antigua de las tragedias conocidas, Los persas -representada por primera vez en el 472 a.C.- de Esquilo, es la única que nos habla de acontecimientos contemporáneos y verídicos. De la vida de Esquilo interesa recordar que participó de la batalla de Maratón donde los griegos derrotaron a los persas. De esta experiencia deriva su primera tragedia, escrita desde un enfoque revolucionario, donde es narrada desde el bando de los derrotados; los invasores persas, para culminar con un treno, o canto fúnebre por los caídos. Salvando diferencias, símiles contemporáneos pueden hallarse, treinta siglos después, en las películas La caída (2004) o Cartas de Iwo Jima (2006). Quizás por esta razón, no es aventurado pensar si Los persas es la antepasada de algunas tragedias de Shakespeare y de la novela histórica.

Herodoto, al comienzo de sus Nueve libros de historia, sintetiza las tensiones entre Asia y Europa y las guerras que sobrevinieron y cuenta que todo empezó con el rapto de la joven Io por mercaderes o traficantes -las diferencias entre comerciantes y ladrones revendedores siguen difusas hasta el presente- fenicios, quienes vendieron a Io en Egipto; sucedió una expedición punitiva donde los griegos invadieron la ciudad fenicia de Tiro y secuestraron a Europa, hija del rey. Con posterioridad los griegos cometieron el tercer agravio llegaron a la Cólquide y luego de alzarse con el Vellocino de Oro se llevaron a Medea. La generación que viene asistió a la venganza de Paris, hijo de Príamo, que raptó a Helena y se la llevó a su hogar en Troya; de un episodio de la guerra  que sobrevino nos enteramos en La Ilíada -que empezó con una peste como el Covid- y de su desenlace en Odisea. Narrativa, poesía y dramaturgia tienen sus orígenes en la guerra.

Hasta el momento, las mujeres aparecen como causantes de conflictos bélicos o motivos de desenlaces trágicos. En realidad habría que hablar de la rijosidad masculina, que se vale de su lujuria como casus belli, de donde tenemos que la pareja de Venus y Marte es protagonista a la hora de empuñar lanzas o desenvainar espadas; amor y guerra van de la mano. Pero, en el terreno de la dramaturgia, será un personaje femenino quien, por primera vez, se encargará de buscar una manera de poner fin a enfrentamientos armados.

En Poética, Aristóteles aclara que la tragedia representa a los hombres mejores de lo que son y la comedia, peores, lo que ya es una calificación estética de la cual se puede concluir, de manera sesgada, que la primera conlleva un fin didáctico y permanente; la segunda, hedónico y pasatista. Sin embargo Aristófanes se encargará de desmentirlo con sus ácidas comedias, de las cuales sobreviven once donde no dejó títere -su sociedad o contemporáneos, entre otros satirizó a Sócrates y Eurípides- con cabeza y buscó corregir las costumbres riendo (castigat ridendo mores), e inauguró la tradición, tan perseguida por dictadores y líderes populistas, de la sátira política; al que le caiga el sayo que se lo ponga.

La ateniense Lisístrata, la que disuelve ejércitos (lysis stratós), es la protagonista de la tragedia homónima de Aristófanes; harta de las interminables batallas entre atenienses y espartanos, convoca a las mujeres de la ciudad a la abstinencia sexual a los maridos hasta que éstos no pongan fin a las batallas, Venus de piernas cruzadas, ya que no de brazos caídos. A tal fin las sublevadas toman la Acrópolis, símbolo del poder en la ciudad, y resuelven quedarse allí hasta lograr el objetivo, con lo cual, además, enfrentan al establishment, el consejo de ancianos que gobierna Atenas y el desenlace no es tan sencillo ya que Lisístrata ha incluido en sus prohibiciones, el uso por parte de las mujeres de “esos aparatos de cuero de ocho dedos de largo con que se consuelan durante la ausencia de sus maridos”; además, algunas esposas abandonan la Acrópolis para, con el pretexto de resolver problemas domésticos, encontrarse a escondidas con sus maridos. Por fin, ante la epidemia de “ingles inflamadas” de los guerreros, se logra el armisticio entre espartanos y atenienses. En el cierre de la comedia, el coro celebra esta victoria de la paz cantando “Llevaos a vuestras esposas, el marido junto a la mujer y la mujer junto al marido para celebrar este feliz acuerdo”.

El mérito de esta comedia es ser la primera obra de teatro pacifista, donde las mujeres asumen el rol activo y no el de víctimas, lugar donde las había relegado la tragedia; mérito reforzado al ser una obra escrita por un hombre. Sin embargo, la vida no siempre imita al arte y las mujeres, si bien en un rol mucho menor, no siempre han sido las portavoces de la paz, a lo largo de la historia las vemos, también, como déspotas crueles. Ya en el Olimpo, la belicosa Atenea y Artemisa con su arco y flechas ocupan el podio de la crueldad junto con Marte y Apolo. Será por eso que el símbolo de estas contradicciones sea el fugaz matrimonio de Venus con Marte.

Y no es casual que el hijo de ambos, el alado y regordete Cupido, porte arco y flechas, con los cuales asaeta a los futuros enamorados, un raro oxímoron que une al amor y a la muerte. Que ya lo dice el proverbio “en el amor y la guerra todo vale”.





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