El arte del mural siempre ha portado la característica de mensaje tanto como de arte, el género está plagado de anécdotas interesantes; mientras los artistas plásticos se encuentran en sus atelliers, creando sus cuadros, corrigiéndolos, cambiándolos, mientras están en curso, su obra es secreta y usualmente oculta.
Mientras que el mural, se crea en el papel, en el estudio, pero se ejecuta a los ojos de todos.
El mural es una obra en curso, on line, como se diría ahora.
Lo cual ha generado no pocas sorpresas. El efecto de los murales pasa a formar parte de la historia de la obra; a veces, en cuanto la fama trasciende la obra, se inmiscuye en lo político, en lo social, y por lo mismo, cobra interés de revelación, más que de hecho artístico; el caso más emblemático: Diego Rivera, con sus murales sobre gente común, trabajadora, cuyo detalle de ojos es casi un espejo para los mexicanos. Pasear por el subterráneo del DF te lleva por un laberinto de extraordinarios murales, a la vista del pueblo, como una señal sobre quiénes somos.
Diego Rivera, especialmente, era un activista provocador, usaba su talento para molestar a los ricos y concientizar a los pobres sobre sus derechos; así y todo, era invitado por grandes personalidades a exponer murales en sitios privilegiados.
La revolución mexicana, no sólo alcanzó a medios económicos, sino también a los arquitectónicos, cuando un régimen cae, el arte trata, no sólo de reflejarlo, sino también de modelarlo, empujar hacia adelante.
El arte del muralismo siempre ha sido un sistema de identificación y orientación, más allá del arte, no sólo de identificación del propio artista, sobre tu técnica o habilidad, sino también una identificación con el mensaje.
Mientras muchos muralistas apuntan a impactar al espectador con su propia realidad, la artista plástica Silvia Albuixech, nos trasmite su perplejidad.
La obra “Un deseo es una plegaria”, representa una mirada desde el fondo de un abismo, fragmento trágico de una mujer violentada. Se diseñó sobre mosaico cerámico en la Universidad Nacional de Tucumán, con un tamaño de 3,10 x 2,60; la obra interpela al espectador desde su propio piélago.
La obra mira con horror una sociedad que aún no se ha puesto de acuerdo en que la violencia hacia la mujer es la violencia contra la humanidad entera; la obra de Silvia Albuixech nos interpela.
Las geometrías con formas de hojas, las texturas: son distintivos de esta artista; en esta obra, los colores terrosos ofrecen una perspectiva que contrasta con el júbilo esperanzador de sus obras anteriores, las que pueden apreciarse en: Arte por la integración, murales en una disposición continua, cuyas formas ondulantes, y colores, producen el efecto de hipnosis tranquilizadora.
Ambas propuestas hablan de la ductilidad de esta artista que se mueve entre cuadros y murales, con soltura y decisión.
Las mujeres nos sentimos representadas, sobre todo en la mezcla que esta artista propone entre cuerpo, instrumentos o maquinaria, y color; ya en el artículo: Conexión artística; mujeres en peligro.
Es un hecho que a las mujeres no nos dejan elegir, tenemos que enfrentar de una u otra manera aquello que no queremos, el mundo masculino nos impone que para igualarnos, debemos poder movernos entre maquinarias, entre empleos y hasta en estrategias que por el mismo efecto del machismo, históricamente han sido masculinos. El arte del muralismo es, como en cualquier otro campo del arte, un espacio masculinizado donde las propuestas se orientan hacia la protesta económica, sin embargo, las mujeres se dan su lugar, abren el espacio, y no para mostrar o esclarecer, solamente, sino para interpelar al espectador.
Nuevas formas en el uso de las paredes públicas, además del grafity y la protesta es una forma de llegar en las personas, que es, en definitiva, la propuesta del arte.