En la primera parte "Los trucs del perfecto cuentista", Horacio Quiroga comenta que, de acuerdo a creencias más o menos aceptadas, no se pueden escribir cuentos de navegantes, campesinos, vagabundos o mineros si el autor no ha sido antes uno de ellos. Este razonamiento empírico es evidente a la luz de los relatos, novelas y crónicas –entre otras, Gente del abismo– de Jack London. Sin embargo, en la parte final de "Los trucs del perfecto cuentista", Horacio Quiroga pulveriza este razonamiento empírico. Y para ello da un ejemplo que vale la pena citar, porque revela su dominio del oficio: "Juan buscó por todas partes los bulones que deberían asegurar el volante. No hallándolos, salió del paso con diez clavos de ocho pulgadas, lo que le permitió remacharlos sobre el soporte mismo y quedar satisfecho de su obra". A continuación aclara que no todo el mundo tiene presente el largo y el grosor de los clavos de ocho pulgadas, pero el hecho de que el personaje haya logrado su objetivo cumple su función, y que el lector juzgue vivo el relato. En una entrevista que hice a Fogwill, que a su vez, había leído muy bien a Horacio Quiroga, llamó a este oficio "saber discurrir" y dio como ejemplo que, en las charlas de café, el que mejor habla de fútbol, por lo general, no es el más conocedor: es quien mejor sabe discurrir sobre fútbol.
En el punto IX "El decálogo del perfecto cuentista", Horacio Quiroga aconseja no escribir bajo el imperio de la emoción. Hay que dejarla morir y luego recrearla. Lograrlo es tener la mitad del trabajo hecho. En efecto, difícil imaginarse a Jorge Manrique, llorando por la muerte del maestre de Santiago, Rodrigo Manrique y, al mismo tiempo, escribiendo su Coplas por la muerte de su padre.
En su comedia Acarnienses, Aristófanes hace que uno de los protagonistas mantenga un diálogo con Eurípides, quien está vestido de harapos para motivarse y escribir su tragedia Télefo. Y en Tesmoforías, otra comedia, un dramaturgo aparece vestido de mujer cuando escribe sobre mujeres –difícil imaginarse a Flaubert o Tolstoi vestidos de mujeres–. En estos dos casos hay una polémica encubierta de Aristófanes con el capítulo 12 de Poética de Aristóteles cuando sostiene que el poeta es más convincente cuando está habituado a los personajes sobre los que escribe: turba más quien está turbado; con respecto a esta última opinión es válido el punto IX del "Decálogo...". Conclusión, todas las poéticas son válidas y Lope de Vega sentó jurisprudencia por aquello de: "cuando he de escribir una comedia, / encierro los preceptos con seis llaves".
Volviendo a la entrevista con Fogwill –una sesión de taller literario de alta gama–, su reflexión sobre el arte de discurrir vino a propósito de mi pregunta sobre algunas descripciones muy precisas que aparecen en su novela Los Pichiciegos. Respondió que las había visto en películas bélicas y que transformó ese recuerdo en pseudo-conocimiento: "porque yo de guerra no sé un carajo"; su poética se acerca al comentario de Horacio Quiroga sobre los clavos de ocho pulgadas. Pero a continuación agregó que, por otra parte, su profundo conocimiento sobre barcos fue fundamental para escribir su cuento "Japonés"; su poética se acerca a la empírica de Jack London.
En "Pierre Menard, autor del Quijote" se lee que es muy fácil volver a escribir el Quijote, basta conocer muy bien el español, recuperar la fe católica, olvidar la historia de Europa de 1602 al presente, y guerrear contra los moros o el turco; escribir es otra manera de leer, leer es otra manera de ver un cuadro, y ver un cuadro otra manera de escribir. Nunca leeremos dos veces el mismo libro ni estaremos dos veces frente a la misma obra plástica.
Coda a la conclusión del tercer párrafo: seguir a rajatabla el consejo de Hemingway "Sentarse y escribir hasta que sangre" o la de Picasso "Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando". Citar a Picasso y sus búsquedas estéticas no es casual; en Poética, Aristóteles refuerza sus argumentos sobre poesía, tragedia y comedia contrapunteándolos con trabajos de pintores conocidos de su época. No ha quedado obra visible de estos pintores mencionados en Poética; debemos creer en las comparaciones mencionadas. O en las de Horacio Quiroga o en las de Fogwill; en reflexiones de Borges: "Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura –nota bene, yo agregaría "y escritura"–: la técnica del anacronismo deliberado, de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer Odisea como si fuera posterior a Eneida...".