An American in Paris. Trasposición de un movimiento de la rapsodia de Gershwin en un cuadro de Miguel Covarrubias. Segunda parte
"Debe leerse en el tiempo que dura la audición de 'Pavane pour une enfante défuncte' (sic), a treinta y tres revoluciones por minuto".
Guillermo Cabrera Infante
Tres tristes tigres.
Título del cuadro:
George Gershwin, an American in Paris (1929)
Gouache y acuarela sobre cartón,
75,9 x 99.1 cm.
Museo Malba - Buenos Aires
Miguel, "el Chamaco", Covarrubias, un mexicano en Nueva York pinta, entre ocho miradas, a George Gershwin, an American in París.
A propósito de esta obra de Covarrubias, el crítico Enrique Calvo aclara en el Catálogo de obras del Museo Malba: «... realizada en 1929 a solicitud de la compañía Steinway and Sons, y tiene como tema el viaje que en los veinte hizo Gershwin a París, así como el "poema orquestal" que éste escribiera con el título An American in Paris…». Veamos el cuadro: En medio de una multitud proteica, contenida a la izquierda por el marco, a la derecha por una apretada hilera de automóviles, ocho miradas llaman la atención del espectador, lo ubican en los distintos planos narrativos del cuadro y lo desconciertan con sus historias ocultas. La más llamativa, ligeramente desenfocada del centro geométrico, hacia nuestra izquierda, como un faro sobresaliendo en el océano de gente, es la primera que nos convoca a ver el cuadro: los ojos azules de un George Gershwin algo desconcertado pero típicamente norteamericano, de sombrero Fedora, saco y chaleco que insinúan un traje, camisa blanca manga larga cuyo puño sobresale, entre medio y bastante menos de dos dedos, de la manga del saco, como lo indican las reglas de elegancia -un dandy pinta a otro dandy- y corbata con un práctico nudo four in hand. Sentado frente a una mesa, resuelta con una superposición de perspectivas, reminiscencias de naturaleza muerta o collage cubista. Gershwin fuma y nos convoca.
Sobre la mesa, una copa de cognac y un botellón de agua son explícitos, el típico fine à l'eau -una manera muy popular de beber cognac por los años de entreguerras, una medida de cognac o calvados diluida en tres medidas de agua fría- parisino cuyo valor nos lo da el ticket que está sobre el plato: 1 f 50. Al lado del plato, en el borde inferior de la mesa, abajo, un poco descentrado y a nuestra izquierda, casi desapareciendo del cuadro, un fragmento de una publicación doblada no dejan duda del origen del retratado, -"New Yor…". ¿The New York Times o The New Yorker, las publicaciones que catapultaron a Covarrubias a una fama paralela a la de Gershwin?-. Para el "Chamaco" Covarrubias, la filiación de la ciudad en la que convive con el retratado es una referencia que no quiere dejar librada al azar.
La presencia de Gershwin ha llamado la atención de una cabecita femenina que se asoma por detrás de su hombro izquierdo; tocada con una cloche azul oscuro, mira de rabillo y con intensidad al American in Paris, con sus mediterráneos y pícaros ojos negros, muy delineados, de estilo flapper (A young woman, especially one who, during the 1920s, behaved and dressed in a boldly unconventional manner -Una mujer joven, especialmente quien, durante los ’20, se comportaba y vestía de una manera audaz. Random House Webster’s Unabridged Dictionary), acmé del erotismo "políticamente correcto" de la época y popularizado por el cine mudo. También delineado, pero celeste y de mirada estrábica, en el ángulo inferior izquierdo frente a la mano que sostiene el cigarrillo, otro ojo mira hacia el espectador. Este es un perfil à la Picasso, mientras la cara, que cubre parcialmente el hombro de nuestro hombre, aparece coronada por un peinado croquignole -del mismo abolengo que la coquetería femenina, renacido y en boga por aquellos años-, parece avanzar hacia la tercer mirada, que está del otro lado de la mesa. También tocada de una cloche, pero rosada, y también de ojos de flapper, pero celestes, la tercera cabecita femenina, y cuarta mirada, delante de la botella de la mesa mira de reojo al enorme klaxon que está justo al lado de su oreja y cuya estridencia nos ensordece. Klaxon de un taxi parisino, en primer plano en el ángulo inferior derecho, que precede a una larga línea de coches que, en diagonal, se empequeñece -a la vez que nos sugiere un probable punto de fuga para la composición- y se pierde en dirección a la Tour Eiffel, vista parcialmente, y cuya punta quiere perforar el extremo superior del marco. Además, el icono ubica geográficamente el cuadro -otra referencia que el Chamaco no quiere dejar librada al azar-, esta imagen dialoga con otro parcial interlocutor, situado en el extremo del punto de fuga, el "New Yor…" que esta doblado sobre la mesa de Gershwin, en un contrapunto claro con el nombre de la pieza musical y el título del cuadro.
Ajeno a esta conversación, el conductor del taxi que ha hecho sonar el temible klaxon que perturba a la joven de cloche rosada, es el que ha tenido una pelea con nuestro flâneur, George Gershwin, por eso lo mira fijo.
La sexta mirada, también femenina, aparece delante del mozo que, bandeja en alto, avanza entre la multitud para atender un pedido, del cual no nos quedan dudas: la botella y el vaso se recortan sobre el borde inferior blanco de la marquesina, situada en el extremo superior izquierdo del cuadro, con el cartel BAR, dejando ver en la parte inferior el contenido; un demi de rouge, medio de tinto de la casa. También delineados, estos ojos son negros y están coronados por un peinado garçonne, la pelirroja mira con insistencia, quizás al distraído flic, un poco más adelante en la multitud y que, sin saberlo, ha arrestado los suspiros de la demoiselle.
La crítica Diana Wechsler, a propósito de un collage de Pettorutti que aparece en el Catálogo de obras del Museo Malba, introduce un concepto interesante a la hora del diálogo con una obra plástica: "Mitspspieler, el que juega con…", un desafío del artista al espectador a entrar en el juego. Porque ahora, en nuestro cuadro, las referencias se cruzan y entremezclan. Porque el "chamaco Covarrubias" nos pinta a Gershwin desconcertado en París.
El mexicano de clase media alta, que todas las semanas tenía al público norteamericano a sus pies, a la espera de sus caricaturas, pintó al judío neoyorkino de origen humilde, que incursionaba en la música y ritmos de los negros, pero leyéndola desde su propia tradición: la de intelectuales rusos que, huyendo de pogroms, buscaron el amparo de la Estatua de la Libertad. Ahora este exitoso judío neoyorkino, fiel a los valores "clásicos" de la educación, en su caso la música, lo llevaron, con inútil suceso, a buscar profesores de los quilates de Ravel -¿carencias de arriviste o de rastacuero norteamericano?-. Gerswin y Covarrubias son jóvenes y exitosos, los dos son, al momento de esta pintura, de alguna manera, marginales y metecos. Por un lado el mexicano que llevó la caricatura a sus más altos niveles expresivos y analíticos, pero en Nueva York, al socaire de los tres grandes muralistas de su patria, no obstante ser apreciado y respetado por éstos, y la crítica de arte mexicana. Por otra parte, el judío norteamericano, hijo de rusos, cuasi autodidacta, que necesita arregladores y expertos en contrapunto -su creatividad es tan exuberante como munífica- para orquestar sus creaciones y así levantar sus estructuras polifónicas, donde la plataforma del concierto le abre el camino a la música negra, el ragtime, el blue, el swing y, pese a Ravel y Stravinsky, triunfó en París.