Luego de mi deriva frenética por las tres novelas de la saga Milenium resumí la experiencia en una nota sobre Stieg Larsson. Lo que me acicateó a reflexionar sobre esos 16 días de lectura compulsiva fue un comentario de la doctora, a la cual consulté por una otitis que contraje en la piscina. Cuando me vio con La reina en el palacio de las corrientes de aire, que había llevado para leer mientras esperaba turno en su consultorio -imposible disimular casi 1000 páginas-, dijo: "cuando la termine va a lamentar que no haya otra más, esa saga provoca síndrome de abstinencia". Mientras la doctora llenaba una ficha, hacía unas recetas y la orden para una audiometría que solicité, pensé en el por qué de esa adicción que nos hacía cófrades y, a modo de confidencia, antes de abandonar el consultorio, comente por lo bajo -pese a que no había nadie más en la sala- que la saga había sido continuada por otro escritor. Me respondió que, sin leerla, ya dudaba de su calidad y pensé que con su sentencia acababa de glosar a Hemingway.
No contento con la primera nota y, a modo de autocrítica por mi pasión, pensé en otros casos similares y eso me remitió a los folletines del siglo XIX. Comparé la saga Millenium con las novelas de Sherlock Holmes, pero el estilo de Larsson se aproxima más a Las aventuras de Raffles de Ernest Hornung y a Los misterios de París de Eugène Sue, esto me llevó a escribir otra nota, "Stieg Larsson 2". Ahora mi conciencia de lector vergonzante de best sellers estaba en paz, había exorcizado mis demonios y pude entrar al paraíso de la lectura hedónica.
Esto me hizo relacionar a un tipo de literatura, que venimos consumiendo hace 150 años, como sucedánea de los culebrones de televisión. Y esto de los culebrones me lleva a otra confesión de la cual, curiosamente no me avergüenzo como cuando leo "mejor vendidos" -espantosa traducción de best sellers-, porque tengo el sí fácil para las telenovelas y esta debilidad trajo sus recompensas ya que durante años venía postergando visitar Estambul -a la cual conocía ficcionalmente por el cine, empezando por De Rusia con amor-. Lo que me decidió definitivamente a realizar el viaje fue ver el melodrama Las mil y una noches, del cual me volví devoto, hasta un punto tal que me aprendí su nombre en turco: Binbir Gece. Así me hice íntimo de: Schezade, Kaan, Onur, Bennu, Kerem, don Burham, Nadide, el laxo y retorcido Ali Kemal y todos sus personajes, los buenos y los villanos. Pero, lo más importante, quedé hechizado con la protagonista principal del culebrón turco, Estambul.
Luego de todas estas justificaciones y, contrariando a Hemingway, resolví leer el cuarto libro, ahora continuado por otro escritor, de cuyo nombre no quiero acordarme. La idea era devorármelo y luego regalárselo a Ricardo, mi profesor de fotografía, quien, luego de tentarme a leerlos, me había prestado todos los volúmenes de la saga. La luz del entendimiento me hizo ser muy precavido. Recordé una locución latina que absuelve de culpas al vendedor: caveat emptor, "el comprador asume el riesgo". Para decirlo en buen lunfardo "si luego de comprar el libro no te gusta, andá a quejarte a Magoya." Por eso, amparado en la inmunidad del gremio, resolví pedir prestada la novela a Pablo, que dirige una de las librerías más prestigiosas de la -so called- Reina del Plata. La idea fue, si Lo que no te mata te hace más fuerte era buena, comprarla para Ricardo, de lo contrario, la devolvería. Con ojo de tirador, Pablo repitió su dictamen del año pasado, cuando me prestó 40 sombras de Grey: "es una cagada." Terminada la cuarta entrega de la saga concuerdo con Pablo y evoco un consejo de otro viejo amigo librero de Mendoza, Giulio Della Rovere, un personaje recordado sobre el negativo de otro real, del que escribí a propósito de comparar libros con galerías y pasajes. Y ese consejo fue: "como en todas las cosas de la vida, antes de comprar algo es bueno pedir opinión al que sabe, un mecánico de confianza es tan importante como un librero de confianza."
Vuelvo sobre mis pasos, cuando dejé el consultorio de la doctora con las recetas para la otitis y la orden de audiometría -Beatriz siempre me llama la atención porque hablo a los gritos por teléfono y sospecho que puedo estar algo sordo- dobladas dentro de La reina en el palacio de las corrientes de aire, y recuerdo lo que pensé sobre su duda de la calidad del continuador de Stieg Larsson y glosó sin saber a Hemingway. Lo que no te mata te hace más fuerte de David Lagercrantz le hace honor a la crítica de Pablo. "La única manera de acabar con una novela es matar al autor", dijo Hemingway, y Stieg Larsson está muerto.