Lo peor, es el hilillo de baba en la comisura de la boca, me dijo un día el Sabandija, la edad, insistía, comienza a notarse cuando la almohada amanece mojada. Cuando los músculos de la boca ya no retienen los efluvios de la boca, empieza la decadencia.
Te agarra una cosa, desde los pensamientos, la vida no sólo ya empezó, sino que se te pasó.
La primera parte, te la pasas organizándote para vivir, y después te tenes que convencer que la vida es justamente eso, los momentos de organización.
Llegas a una especie de vórtice temporal a partir del cual comenzas a organizar el estadio extracorpóreo.
Te convences que la vida es hartante y te cruzás con más idiotas de lo habitual, pasando al mismo estado de ser un idiota para el resto, aportando al proceso de otros como vos, en la decadencia, en el jadeo; estado sin finalidad.
Hasta que el cuerpo asume lo que tu mente le viene diciendo, que sos todo un disgusto, una criatura que deja un reguero de baba como el caracol, que se arrastra en dirección de algún rincón; te cruza con un rayo el corazón.
Te pega donde más te duele, el profundo, el músculo rojo te patea, te enfandanga la sangre en las venas y te suspende la existencia por un minuto, por una hora, por días, tan contundente que de repente te sacude la cantinela de la vejez, la juvejez, la vetestuz y te agarra la irrealidad del espejo con ganas de sacudir los músculos, de explotarlos para revivirlos.
Nada como un bobazo para sacurdirte la ridícula idea de asumir la edad.
Es momento de comprarse ropa nueva, de meterse en la mesa de ofertas e ir a estudiar algo de onda, algo que solo intentan los más jóvenes, los jóvenes como uno, a conocer a jovencitas que combinen con uno.
Así, extracorpóreo como me veo, me metí en un curso de diseño web.