En mis caminatas ando al encuentro de objetos tirados o perdidos, otro tanto pasa con historias; cazadas al azar, o fotografiadas. Conocedor de mi costumbre, un amigo me escribió por Whatsapp: “Hoy tus búsquedas deben ser duras. En estos tiempos la gente no saca basura, la entra”. Le recordé que no compito con cartoneros y recicladores urbanos, se ganan la vida de manera digna y decente; son rumbos paralelos, no se tocan.
De los años de Brasil recolectamos una expresión: catador de lixo (literalmente “probador de basura”, cartoneros), lo mío es distinto. Mis ojos de fisgón están entrenados para encontrar objetos, algunos valiosos, otros, sólo para mí. Hace años,en el andén del subte en estación Catedral,vi una pulsera de plata con cuentas de rodocrosita engarzadas, ni delante ni detrás de mí vi a nadie buscándola. En un recorrido inverso, al bajar en estación Palermo, en un banco del andén topé con un celular inteligente nuevo, pensé en dejarlo en boletería; la luz del entendimiento me hizo ser comedido. Por suerte no tenía bloqueo de pantalla, en casa recibí una llamada, un primo del propietario -mejor “propio otario”- y me contó que el dueño lo había comprado el día anterior. Le di la dirección y dije que se lo pidieran al encargado. Al día siguiente, Martín me contó que el propio otario y el primo pasaron en un taxi preguntaron por mí, tomaron nota y, en agradecimiento baboso, prometieron llevarme, al otro día, una caja de vino fino; debí haber dejado el teléfono en la boletería de la estación Palermo. Nunca descorché una botella de los vinos prometidos.
Esos fueron mis dos hallazgos más valiosos, a principios de noviembre del año pasado, vísperas de mi cumpleaños, salíamos de Jumbo con Beatriz y me encontré tirado, entre una cadena de comida basura y una zapatería, un billete de 500 pesos nuevo. No vimos en los alrededores nadie buscándolos, la bella argumentó que a lo mejor era falso. En una panadería lo aceptaron por bueno, tan bueno que nos dieron vuelto luego de la compra.
Catar lixo o su equivalente mexica pepenar -diccionario de mexicanismos mediante, bello término tomado del náhuatl pepena: escoger, recoger- es distinto a mi actitud, en realidad ando al raque, acción de recoger en las playas restos de naufragios. Raque deriva del inglés rake (rastrillo), como verbo, rastillar y, lo más importante: el acto de recoger objetos perdidos en las costas, sea por algún naufragio o traídos por la resaca -en la casa de Pablo Neruda en Isla Negra hay una hermosa repisa hecha con un tablón que el poeta rescató de la playa-. A su vez, rake es una palabra muy cercana -y emparentada- a wreck (restos de un barco o pecio); además, las dos suenan muy parecidas. Algunos de mis hallazgos son menos valiosos, monedas, chafalonía variopinta: aros de plata y oro sin su pareja - guardados en un joyero a la espera de que el volumen aumente-, de los jardines al frente de la embajada de España, entre la hierba, un trozo de cordil de paracaídas remataba en un precinto de plomo con el escudo español, sello de alguna bolsa o valija diplomática; dos tacos de madera, uno de pino y otro de cedro, convenientemente agujereados, se han transformado en portalápices. En un vaso de pulque, al lado del teclado, trozos de vidrio verde pulidos por el roce con la arena de la playa de Siracusa, a un costado de la Fuente Aretusa, junto a él una botellita de shampoo del hotel con agua de la playa y un poco de arena -cuando agito la botellita parece esas ampollas selladas con temas navideños que, al sacudirlas, muestran a un trineo con Papá Noel bajo la nieve-; los vidrios pulidos y la botellita me evocan Metamorfosis de Ovidio. En una cajonera, ladera a mi escritorio, un montículo de 30 bolitas magnéticas de neodimio que compré en el barrio chino de Belgrano y que cambia de forma por el sólo hecho de sacar varias bolas y acomodarlas de nuevo, es mi Montaña magnética -ya que no la Montaña mágica, cara a Thomas Mann- que retiene varios resortes pequeños, el resto de una bisagra de hierro forjado, que apareció en el French Quarter de New Orleans, y un radio de acero de una rueda de motocicleta encontradoal cruzar la Avenida Nueve de Julio.
Resolví terminar el 2021 y empezar el 2022 releyendo la obra completa de Flaubert y un par de libros que refieren a ellas y su vida. Terminé de releer Flaubert’s parrot, de Julian Barnes, hice mi tercera visita a Madame Bovary, la segunda de sus Tres cuentos y Diccionario de tópicos y voy por el segundo recorrido de La educación sentimental. Con Madame Bovary - edición de Losada,1978- y Tres cuentos, fue un proceso semejante, son libros de hojas coladas -¿en qué círculo del infierno de Dante estarán los editores que optan por ese sistema canalla de encuadernación?- y la tapa despegada. Separé las tapas, con cemento de contacto las pegué en una hoja de papel blanco de 80 gramos. Luego acomodé las hojas como quien acomoda un mazo de naipes y, como si fuera a anillarlas, les hice agujeros con una mecha de un milímetro a una distancia de un centímetro cada uno, luego las cosí y les pegué la tapa nueva. El problema, sin solución, es que el papel no es libre de ácido, muchas páginas de Madame Bovary, pese a mi cuidado, se desgarran cuando las doy vuelta, será duro encarar la cuarta lectura, me recuerdan a un candado oxidado que está en el vértice de cuatro adoquines, junto a pretéritas vías de tranvía, en la calle Nicaragua entre Armenia y Malabia. Allí, frente a Plaza Armenia, se arma la Feria Municipal y los sábados voy a comprar verduras. Van dos veces que he sacado el candado, deja su huella tenaz en la tierra entre los adoquines, y lo he vuelto a enterrar.
Con La educación sentimental, tuve más suerte, una edición anotada de Editorial Guillermo Kraft de 1954, esta era de cuadernillos cosidos, solo tuve que tunearle la tapa y ya avancé en las primeras 60 páginas, solo que también no es papel libre de ácido y las hojas amarillean y se degradan, como el candado que está entre los adoquines de la calle Nicaragua entre Armenia y Malabia. El sábado 8 de enero, antes de ir a la Feria Municipal, debo pasar por el Video Club, para alquilar las dos partes Doctor Mabuse de Fritz Lang. Me voy a traer el candado oxidado, lo limpiaré con WD-40 y quedará, junto al radio de rueda de moto, resortes y el resto de bisagra de hierro forjado en mi Montaña magnética.
La vida, los recuerdos, gran parte del arte y la literatura están hechos de raques, etimologías y bienes nullius: “los que no pertenecen a nadie; sea porque jamás han estado en dominio de persona alguna, sea porque su propietario los abandonó, sin ánimo de recuperarlos”.
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