Por tercera vez en los últimos diez años releí el Martín Fierro, lo cual daría una cada cuarenta meses, pero la cuenta no es exacta; tengo el libro en la mesa de luz -junto con la Biblia, los poemas de Emily Dickinson y otra docena y media- y suelo frecuentarlo para releer algunos pasajes que sé de memoria y ver que no los he olvidado.Entre ellos: los consejos del viejo Vizcacha, un fragmento de las cacerías que hicieron con Cruz, y los indios, durante los cinco años que pasó en las tolderías; los dos duelos: con el negro en el baile y, con el gaucho pendenciero y provocador, en la pulpería. Ahora me detuve en el combate con el indio cuando está en un batallón en la frontera y la pelea con otro indio cuando resuelve regresar a la civilización junto con la cautiva. En esta nueva lectura, se me aclararon -mejor: “surgieron”- las diferencias entre duelos y combates individuales en enfrentamientos con enemigos en batallas o peleas solitarias, y no sólo en el Martín Fierro.
Los duelos siguen las reglas de lo que Huizinga llama: “bajo la apariencia de un juego” (sub specie ludi) y, suelen incluir un ceremonial, que se da más en el mundo literario que en el cotidiano. Sin embargo, en la vida real, el duelo suele ser macabro, los contendientes están solos frente a padrinos y médicos y, casi siempre, son precedidos por jeux de l’injure (juegos de insultos u ofensas); alguien habla mal de otro ofendiendo su honor y sobreviene, ahora sí, el juego y ceremonial previos al duelo, el envío de padrinos -garantía de que no habrá juego sucio- y elección del arma a emplear, derecho que le acude al ofendido, con una salvedad: no puede elegir un arma en la cual él sea diestro o “maestro de armas”. En el mundo de las letras fue el caso del poeta Pushkin muerto en un duelo a pistola con un oficial francés, la causa: comentarios anónimos (jeux de l’injure) que aludían a la infidelidad de su esposa.
En el mundo de la ficción las reglas son otras, los duelos requieren de espectadores y un intercambio de ofensas y provocaciones previas de campeones de los bandos que se agreden verbalmente, son las “justas de jactancia” (joutes de jactance), suerte de logomaquias que aparecen con el nacimiento de la literatura y, desde entonces, se sucedieron hasta el presente. Hay varias en La Illiaday, en el siglo VI A.C., SunTzu, en el Arte de guerra habla de un enfrentamiento; cuando los campeones de un bando salieron a provocar a sus enemigos al grito de “aquí están los que mueren como hombres”, a lo que los enemigos respondieron golpeando los escudos con las lanzas: “los que mueren como varones pelean como mujeres”. Hoy en día las feministas saltarían a la yugular de SunTzu; sin embargo, fue una mujer, Aixa la Horra, quien le espetó a su hijo Boabdil, cuando bañado en lágrimas, volvió la cabeza para ver Granada por última vez, “lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre”; historia, a su vez, contada por un hombre.
Los dos duelos de Martín Fierro siguen la tradición clásica del género literario y demandan una joute de jactance, la más destacable y afinada -dicho sea de paso, para figurar en una antología de la literatura universal- es la de la pulpería con el gaucho pendenciero: “Se tiró al suelo al dentrar / le dio un empellón a un vasco / y me alargó un medio frasco / diciendo: ‘Beba, cuñao’. / ‘Por su hermana’, contesté, / ‘que por la mía no hay cuidao’ ”. La ofensa y la respuesta son obvias, el parentesco de “cuñado” entre dos desconocidos no es afectivo, equivale a un “me transo a tu hermana”. Al provocador, derrotado en la joute de jactance, solo le queda su: “‘¡Ah gaucho!’ me respondió / ‘¿de qué pago será el criollo?/ Lo andará buscando el hoyo, deberá tener güen cuero; / pero ande bala este toro/ no bala ningún ternero’ ”.Por el contrario, en el caso del enfrentamiento que tiene Martín Fierro con el indio, cuando está en un batallón en la frontera, y la pelea con otro, cuando resuelve regresar, junto con la cautiva, a la civilización, son en silencio y sin testigos.
En la nouvelle El duelo, Joseph Conrad nos da una variante de este tipo de enfrentamiento que lo asemeja más a un combate. Por razones que no vienen al caso, el teniente Feraud lo provoca al teniente D’Hubert a un duelo,que resulta ser muchos duelos, casi siempre interrumpidos, y que se suceden a lo largo de las campañas napoleónicas hasta la Restauración de Luis XVIII, cuando ambos duelistas ya son generales retirados. En todos los enfrentamientos los encuentros se dan en privado y sin testigos, por razones que Conrad destaca al principio de la nouvelle.
Por su parte Hemingway, cultor del valor individual y anónimo, en sus novelas y relatos, detalles que identifican a sus protagonistas con combatientes solitarios, tuvo una visión particular sobre el duelo y la demuestra en una nota sobre Mussolini de 1923: “Mussolini: Biggest Bluff in Europe”. Entre otras lindezas sobre el dictador, dijo que era un cobarde por su afición a batirse en duelos “los verdaderos valientes no necesitan batirse a duelo y muchos cobardes lo hacen constantemente para convencerse de que no son cobardes”.
Mark Twain en Un yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo, habla de un rudo capataz de una fábrica de armas de la década de los ’80 en el siglo XIX que, pelea mediante y gracias a un feroz golpe en la cabeza, sufre una transmigración espacio-temporal a la Inglaterra artúrica -quizás una de las maneras más originales de viaje en el tiempo en la historia de la literatura- y nos muestra, entre otras cosas, su visión sobre el falaz mundo caballeresco, justas y duelos.
Hemingway supo ver en Mussolini la necesidad de éste de identificar su origen plebeyo con una tradición aristocrática y así hermanar su dictadura, y ambiciones de conquistar parte de África y Grecia, con las glorias imperiales de Roma. Mark Twain, nos da, a través de la visión pragmática de un ingeniero yanqui transmigrado en tiempo y espacio al mundo idealizado de la caballería su visión de los duelos; otro tanto hará en Aventuras de Huckleberry Finn, donde nos cuenta de varios duelos en los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos -identificados con los ideales aristocratizantes de las novelas de caballería.
Todas estas críticas prosaicas y, fundamentalmente, democráticas, sobre las tradiciones nefastas de los duelos, su entorno social y el intento de remozarlas fueron definidas al comienzo de El duelo: “Napoleón I, cuya carrera fue una especie de duelo contra la Europa entera, desaprobaba los lances de honor entre los oficiales de su ejército. El gran emperador militar no era un espadachín y tenía poco respeto por las tradiciones”.
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