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La noche del 31 de junio de 1943, el ataque nocturno de un escuadrón de bombarderos británicos arrasó por error la ciudad alemana de Altgarten. Esta es la síntesis de la novela Bombardero (Bomber, 1970) de Len Deighton que narra el desarrollo de toda la operación, desde el momento del despegue de la flota incursora al regreso. En una non stop action, la historia avanza en capítulos entrelazados y desde el punto de vista de una veintena de protagonistas -personal de tierra y tripulaciones: británicas y alemanas-. A lo largo de, las imposibles de largar, 400 páginas, asistimos a grandezas y miserias, injusticias, rencores y villanías de ambos bandos que glosan la reflexión de Heráclito “la guerra es madre de todo ya que engendra poetas”, también artistas, y a Goya y, ya que de ciudades bombardeadas trata: el Guernica de Picasso.
Tres detalles; el primero, al final del libro nos enteramos por el posfacio del autor que junio no tuvo 31 días, ni en 1943 ni nunca -detalle que difícilmente perciba el lector, pero que de inicio nos ha colocado en el lugar de la ficción tipo “erase una vez”-; el segundo es que la ciudad de Altgarten, pese a su descripción exacta y precisa -entre otras: historia, trazado urbanístico, edificios, monumentos, vecinos ilustres y funcionarios, comercios, redes de agua y cloacales- es ficticia; el tercero es que ningún historiador aeronáutico al momento de profundizar el período de la Segunda Guerra Mundial, puede obviar Bombardero, en razón de que, al escribirlo, Len Deighton, además, se consagró como un experto en el tema, sobre todo en lo que hace al aspecto técnicos de aeronaves y técnicas de combate. Por esta última razón, la secuela de Bombardero glosó -muy probablemente sin que el autor se lo propusiera- la reflexión de “Tema del traidor y del héroe”: “que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”, para más inri, en un género que Borges habría denostado, los llamados best sellers, conclusión que desemboca en una pregunta: ¿cuáles son los límites entre las llamadas, como si de colesterol tratase, “literatura buena y literatura mala”? Ahora la pregunta lleva a una reflexión literaria, porque ya el Guzmán de Alfarache sostiene, plagiando al Lazarillo de Tormes, quien se encargó de glosar a Plinio: “no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena”. Best sellers eran los de antes.
A propósito de la imaginación histórica, concretamente con respecto al siglo XIX, Hayden White observa que la diferencia entre historia y ficción está en que el historiador “halla” sus relatos, y el escritor de ficción los “inventa”, lo cual remonta a Poética de Aristóteles: “Pues el historiador y el poeta no difieren porque el uno utilice la prosa y el otro el verso –se podría trasladar al verso la obra de Herodoto, y no sería menos historia en verso que sin verso– sino que la diferencia reside en que el uno dice lo que ha acontecido, el otro lo que podría acontecer. Por eso la poesía es más filosófica y mejor que la historia”. Curiosamente, historiador y poeta -o narrador- son acuciados por los mismos interrogantes: ¿Cómo sucedió eso?, ¿por qué las cosas fueron así y no de otro modo?, ¿qué pasó después? Al observar los sucesos, los historiadores siguen determinados conceptos teóricos y filosóficos, luego combinan teorías y hechos para armar relatos veraces. Por su parte, poetas y artistas enfatizan en el aspecto emocional y el impacto narrativo, y tienen dos opciones: la primera narrar acciones y personajes ficticios o recrear vidas o hechos reales. Walter Scott correspondería al primer caso, Marguerite Yourcenar al segundo.
Walter Scott, el padre de la novela histórica, si no cronológicamente en el concepto, recrea en Ivanhoe la Inglaterra del siglo XII tras el fracaso de la Tercera Cruzada, de allí en más los personajes son inventados -y los pocos que no lo son tienen un rol secundario-, así sienta uno de los principios del género, la magia de transportarnos a un país o lugar lejano, al cual el lector percibe como muy distinto del propio. Ya en Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar recrea la vida del emperador romano, con el mismo impacto de exotismo sobre el lector.
A medida que nos alejamos de finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, origen sin solución de muchos problemas contemporáneos, más distante se vuelve nuestro pasado inmediato. Incidentes como la guerra fría -culminada hace menos de cincuenta años, e imprescindible para entender el contexto de las novelas de James Bond- hoy son más distantes que el siglo XII para Walter Scott. De la misma manera que aquella guerra fría hoy, año del coronavirus y origen de una nueva era, puede ser el remake de aquel prólogo: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
En la hoy distante película Maten al mensajero (Kill the Messenger, 2014) uno de los protagonistas, agente de los servicios de inteligencia le dice al periodista “Algunas historias son demasiado verídicas para contarlas” (Some stories are just too true to tell) o como diría Jane Timoney, la deliciosa detective de Prime Suspect en la versión estadounidense: “La historia no se repite, pero rima”.