Literatura latinoamericana, relatos, ensayos literarios
Leí en un suplemento cultural el comentario sobre la reciente aparición de los diarios de un escritor que tuve, hace añares, el displacer de conocer y frecuentar. El escritor de marras, para el autor del comentario, por antonomasia, llevó su diario durante casi cuatro décadas y hacia finales del siglo pasado resolvió pasarlos todos en un archivo Word y, de allí en más, continuarlo por este medio.
La primera duda que me surgió es que un diario, es una ficción sobre cómo uno se ve o quiere ser recordado; semejante al acto de mirarse en el espejo, se busca la imagen y el escorzo más favorable. Es un acto de escritura que transgrede dos consejos de Horacio Quiroga en su “Decálogo del perfecto cuentista”; el V: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas”; y el IX: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego”.
Va de suyo que, las reflexiones del final de la jornada, anotadas en un diario personal, no respetan el “sin saber adónde va el autor”, son un registro cotidiano. De la misma manera, si el autor del diario ha pasado por una experiencia fuerte y pretende dejar constancia de su estado de ánimo, escribe bajo el imperio de la emoción. Los devenires a partir de ese registro serán el fluir del río de Heráclito; secuela.
El diccionario de la RAE acota los límites de la palabra: “Del latín séquela. 1- Resulta o consecuencia de algo. 2- Lesión o daño remanente luego de la cura de una dolencia o experiencia traumática. 3- Obra literaria o cinematográfica que continúa una historia ya desarrollada en otra anterior.
Ratón de biblioteca, consulté mi “biblia latina”, la versión del mítico Latin Dictionary de Charlton T. Lewis y Charles Short, edición de 1879; séquela o sequella: lo que sigue, un seguidor.
Ahora, si años después uno pasa su diario a un documento Word, es obvio que hará las correcciones, gramaticales y sintácticas lógicas de una primera escritura calamo currente y, ¿por qué no?, retocará alguna opinión o hecho relatado que fue escrito bajo el imperio de la emoción. Ahora, supongo que cuando un editor lee los diarios originales antes de publicarlos, ¿no hará otro tanto? Primera conclusión: un diario es una ficción, publicarlo, otra. Segunda: un diario es una ristra de secuelas, su edición, una de precuelas.
Precuela, según la RAE, es la adaptación de un neologismo inglés prequel. El Merriam Webster aclara que viene de sequel donde se sustituyó la primera sílaba por el prefijo “pre”; obra narrativa y poética que antecede a otra ya conocida. Las versiones cinematográficas que siguieron a El padrino, pusieron en boga este recurso, curiosamente una secuela de precuelas, técnica luego fatigada en series de televisión, algunas excelentes. Por el contrario, los culebrones suelen perpetrar secuelas.
Precuela de precuelas, puede darse el caso que el lector o espectador, al leer una historia conozca los hechos anteriores a la cronología del relato y que luego serán narrados en otro relato; algunas historietas usan este recurso. En el Canto VII de La Ilíada leemos que, terminada la construcción de la muralla para defender el campamento y las naves griegas, justo al caer el sol, los héroes matan su consabido buey y lo asan para la cena. Durante la jornada: “se habían presentado allí naves en gran número, procedentes de Lemnos, portando el vino que había enviado el jasónida Eumeo, el que tuvo Hipsípile en brazos de Jasón” (versos 464-474). La fecha de composición de La Ilíada ha sido estimada entre los siglos VII y VI a. de C. El viaje de los argonautas, donde narra el encuentro amoroso de Jasón con Hipsípile, fue escrito por Apolonio de Rodas a mediados del siglo III a. de C. Una precuela de, en el más corto de los períodos: trescientos años.
Termino estas líneas y pienso por qué vuelvo siempre sobre ciertos clásicos. Veinticinco siglos después de haber sido leídos o escuchados siguen teniendo frescura, valor y actualidad. No creo que los diarios y la obra del escritor mencionado sobrevivan al siglo. Lo mismo pienso de casi toda la narrativa argentina contemporánea. Salvo, entre otros, Borges y Sarmiento; ellos están sentados junto a Homero.