Literatura, ensayos literarios, relatos, literatura latinoamericana
Hay películas, libros y obras de arte que cuando las transitamos nos interpelan. Por eso, otro título para la reflexión sobre la película Jamás llegarán a viejos puede ser: "La Primera Guerra Mundial, cuando el documental deviene ficción". Tuve la misma experiencia cuando leí la monumental obra de Peter Englund La belleza y el dolor de la batalla: La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos. Imposible ver Jamás llegaran a viejos y no contrapuntearla con el libro.
Peter Englund escogió 20 protagonistas de la contienda, hombres y mujeres, que publicaron diarios o memorias. De la glosa de sus obras –contextualizadas con una bibliografía de más de un centenar de libros de historia, cartas, reglamentos, manuales de instrucción y partes militares– resultan 800 páginas de un relato que se lee como un plano secuencia de cinco capítulos, uno por cada mes y año de contienda, en los distintos frentes de Europa y Asia. La fragmentación es deliberada; las nacionalidades y relatos de los narradores son las teselas que componen el gigantesco mosaico de la Gran Guerra: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Hungría, Inglaterra, Italia, Nueva Zelandia, Rusia y Turquía.
La secuela ostensiblemente obscena y cotidiana de esta contienda fueron: mutilados, rostros deshechos y deformes –consecuencia de la guerra de trincheras, donde los soldados asomaban la cabeza para observar y eran víctimas de metralla; fueron bautizados gueules casseés (jetas rotas), lo que hizo necesario el desarrollo de prótesis de hierro y goma para maquillar media cara, ausencia de nariz y mandíbula, e impulsaron técnicas y trasplantes de cirugía estética. La novela Nos vemos allá arriba (Au revoir là haut, 2013), de Pierre Lemaitre, ofrece un relato picaresco de un dúo de estafadores, el gueule cassée y su amigo contra un hipervillano lleno de condecoraciones, en los años inmediatos a la posguerra. Otto Dix documentó una visión macabra de ellos en algunos de sus cuadros–, muchos ciegos por el gas mostaza –John Singer Sargent dejó un tétrico óleo, casi un mural, Gassed, una fila de soldados avanza tambaleante por un terraplén de lodo: ojos vendados, cargando el equipo, la mano derecha en el hombro del que lo precede–. En los años de la Gran Guerra, la técnica y las maneras de combatir produjeron un violento y antagónico proceso: evolución e involución.
La aviación y la medicina dieron un salto que, en condiciones normales, hubiera llevado lustros. Por su lado, las técnicas de combate en trincheras, retrocedieron a la edad media: volvieron corazas, yelmos y máscaras de cota de malla para proteger el rostro; puñales, mazas, cachiporras erizadas de clavos, y hachas eran más efectivos en los combates cuerpo a cuerpo, en el barro y trincheras, que fusiles, pistolas y granadas –en el Heeresgeschichtliches Museum, de Viena; el Imperial War Museum de Londres y el Musée de l'armée de París, hay colecciones de estas parafernalias–. Pablo Baümer, en Sin novedad en el frente, detalla estas maneras de matar y morir.
Jamás llegaran a viejos dialoga con La belleza y el dolor de la batalla, el cineasta Peter Jackson sigue los procedimientos de Peter Englund; sólo que ceñido a la geografía del frente británico en Europa. Ambos componen su mural con fragmentos; siempre en riguroso orden cronológico: agosto 1914, noviembre 1918. El cineasta utilizó unas 700 horas de archivo cinematográfico del Imperial War Museun, gran parte inédito; sobre este material montó viejas entrevistas a veteranos, obtenidas de archivos de la BBC, para dar voz a las escenas. La introducción arranca con fragmentos de películas de época, blanco y negro, con un paso de 14 fotogramas por segundo de movimiento entrecortados; técnicas digitales mediante, se va desplazando a los 24 fotogramas por segundo a los que estamos habituados, coloreando las imágenes y rellenando los relatos de combates, hechos por los veteranos con ilustraciones de batallas, tomadas de revistas contemporáneas a los sucesos. El resultado, un escalofriante documental filmado en nuestro presente. Vemos como esos soldados se entrenaron, hicieron amigos, vivieron en trincheras, mataron y murieron. Una secuencia de mutilados y gueules casseés, nos remite a Otto Dix y otra de una fila de soldados que avanza trastabillando con los ojos vendados y el equipo, la mano derecha en el hombro del que lo precede, nos lleva a Gassed de John Singer Sargent.
Mi poema favorito de Sigfried Sassoon –de la generación de poetas de la Primera Guerra–, They, habla de un batallón que, previo a un combate, escucha el sermón de un obispo quien dice que al regresar, todos serán distintos. Los veteranos responden a coro, todos volverán distintos: mutilados, ciegos o sifilíticos. La respuesta del obispo es el último verso: The ways of god are strange.
El cierre y los créditos finales de Jamás llegarán a viejos remiten a They: una fila de soldados avanza cantando la procaz canción de trinchera Mademoiselle from Armentières: "que a veces lo hacía por vino, ron, chocolate o chicle"; quizás, algunos de ellos, portadores del mal francés. Otra faceta de la guerra.
Terminé de ver Jamás llegarán a viejos y supe que me será imposible releer They sin tararear el pegajoso y burlón estribillo de Mademoiselle from Armentières: "Hinky-dinky, parlez-vous".