En mi último viaje a Madrid, escuché en un programa de televisión, dedicado a frivolidades y tilinguerías de personalidades del espectáculo, una expresión cuyo significado era evidente: "aquí te pillo, aquí te mato"; dado el tenor de las preguntas del conductor a un grupo de "artistas" invitados –el entrecomillado, intencional, me enfrenta a una palabra que necesita de otra que separe los paradigmas–. “Artista”, aparte de los artistas plásticos, incluye: actrices y actores de teatro, cine y televisión, aunque algunos no le hacen asco a participar en reality shows de bailes; ¿es lo mismo actuar en comedias picantes que sólo hace reír en base chistes o gags de gusto dudoso y –valga la antítesis– doble sentido explícito que representar un monólogo de Medea o Hamlet? La definición que se me ocurre para el segundo caso es "actriz o actor dramático".

La expresión "aquí te pillo, aquí te mato", consulté en la RAE y busqué otras definiciones. El significado actual alude a personas que ni bien se conocen tienen un encuentro sexual fugaz, quizá por única vez, lo que los anglosajones llamarían quickie o, en una jitanjáfora más larga, wham bam thank you maam. Continué indagando, surgió otra acepción en un foro de internet, el probable origen de la locución y su significado original; mientras, en el programa de marras, una conductora de programas de cocina contaba que sus actos sexuales más insólitos los mantiene desnuda en un caballo al trote, su marido, propietario de haras, tiene esa fantasía –mejor: parafilia.

Aquí te pillo, aquí te mato refería a cazadores que matan a cualquier animal sólo para alimentarse, que fuera comestible y sin ninguna ambición cinegética. Soy una rata de biblioteca, de inmediato me acudieron los versos de Martín Fierro sobre las hambrunas que pasaban con Cruz en su exilio con los indios: "El alimento no abunda / por más empeño que se haga / lo pasa uno como plaga / ejercitando la industria / ... En semejante ejercicio / se hace diestro el cazador; / cai el pichi engordador / cai el pájaro que trina; / todo bicho que camina / va a parar al asador." Creo que a muchos narradores les pasa otro tanto a la hora de sus cacerías.

En sus "Once mandamientos para escribir", Henry Miller, aparte de marcar la rutina diaria del escritor da una serie de consejos para aprovechar lo que puede interpretarse como descansar creando; que los brasileños definen poéticamente como, enquanto descansa carrega pedra. Esta expresión tiene su miga y metáfora, refiere a los garimpeiros que lavan arenas auríferas y rompen piedras para encontrar menas de oro; que para los escritores es terminar un trabajo empezado. Algunos de los consejos son: leer en los cafés; visitar amigos; conocer y explorar zonas de la ciudad de las que no se es asiduo; ir a bibliotecas, museos y dibujar, sobre todo en cafés y lugares públicos; hacer largos paseos a pie, en bicicleta y en trenes para tener distintas apreciaciones del mismo paisaje urbano.

De estos consejos queda clara la actividad de predador literario que propone como modelo de vida, para un escritor, cuando atraviesa el desierto del vacío creativo; que Hemingway evitaba, cortando el trabajo de escritura cuando sabía cómo continuaría su historia, así "el aljibe se llena para la jornada siguiente". El mismo desierto que, con otros fines resuelven atravesar Fierro y Cruz para refugiarse con los indios confiando en su destreza de cazadores: "De hambre no pereceremos, / pues según otros me han dicho / en los campos se hallan bichos / de los que uno necesita... / cuando uno anda en el disierto / se come hasta las colas".

Cálamo currente, cultivo esta actitud desde que tengo registro en mis recuerdos. La presa reciente fue la cajera del supermercado que me atendió ayer. Mientras despachaba mi compra la observé de frente y anoté en la Moleskine sus rasgos estéticos destacados: pestañas postizas, uñas de las manos pintadas de color diferente en simetría especular –pulgares, índices, corazones, anulares y meñiques; la enumeración, porque, en mi manía de hacer zapping de programas tilingos, hace poco vi uno de juegos cretinos, eran equipos de jóvenes actores de culebrones: donde las féminas ni los efebos supieron decir el nombre de los dedos–. Los tatuajes de la cajera eran una verdadera falange, empezando por la del anular de la mano izquierda, un signo $ estilizado, su par del lado derecho, un corazón; en la parte exterior del antebrazo izquierdo tres rosas: azul, verde y roja; en el tríceps izquierdo, un Buda; en la cara exterior del antebrazo derecho, un dragón –la cola enroscada desaparecía por detrás del codo y la cabeza avanzaba por el dorso de la mano rumbo a las uñas fosforescentes–. Las orejas con enormes argollas cuyo peso transformaba el orificio en tajos verticales.

Termino de pasar en limpio esta descripción y pienso: qué carga estética y simbólica le adjudicó su propietaria a esta acumulación de tatuajes con la que adornaba sus brazos y dedos y, supongo, otros que no se verían por debajo del uniforme, ¿body art? ¿Cómo la habría registrado –y aprovechado literariamente– Henry Miller? ¿Aquí te pillo, aquí te escribo?