Literatura, relatos, ensayos literarios, novelas, literatura latinoamericana
No me asusta la página en blanco; cuando decido escribir ya he meditado el rumbo de mi pluma y con qué vientos deberé navegar –lo imprevisible son las dificultades de la derrota y el tiempo de la singladura–. Y este "no me asusta la página en blanco" no es una jactancia al estilo del fanfarrón Pirgopolinices; sencillamente escribo las horas que estoy despierto y, mucho más, cuando no lo hago. No es una paradoja, sea cual fuere la actividad que realizo, está intermediada por algún relato –escribir es una actitud existencial, publicar una circunstancia; Emily Dickinson dio fe.
Además está mi afición por la fotografía, cuando selecciono las que más me gustan, para imprimir, lo hago pensando en la historia que encierran –requisito imprescindible–; que una imagen no vale por mil palabras, la imagen sin palabras no se sostiene. Allí están La Biblia, y Metamorfosis de Ovidio, los libros que más pintores han inspirado. Ya en el libro del Génesis se lee que Dios hizo al mundo con palabras, y también, en medio de la construcción de la Torre de Babel, confundió a los hombres creando distintas lenguas y así impedir que la torre llegase hasta el cielo. Esto nos lleva a la pregunta de Polonio "What do you read, my lord?" y la respuesta de Hamlet: "Words, words, words”.
A la hora de escribir divido la hoja según el esquema de Cornell Notes Taking System, acoto los límites del texto, el resto es literatura. Las fronteras del mundo que crearé con palabras las da el género: crónica, ensayo, cuento o novela. En algunos casos los lindes pueden tener desplazamientos e incluso mezclarse. En el caso de ensayo, crónica o entrevistas hay reglas un poco más estrictas, como le ocurre al poeta que opta por el soneto, deberá ajustarse a la estructura ritmo y metro, fuera de eso la libertad es casi total. Al escritor de no ficción no le está permitido mezclar mentira con realidad; el cuentista, novelista o dramaturgo es dueño de inventar el escenario que mejor se adapte a su proyecto. Estos bordes ya los había marcado Aristóteles en su Poética cuando aclaró "Pues el historiador y el poeta no difieren porque el uno utilice la prosa y otro el verso (se podría trasladar al verso la obra de Heródoto, y no sería menos historia en verso que sin verso, sino que la diferencia reside en que el uno dice lo que ha acontecido y el otro lo que podría acontecer)".
De esta libertad y limitaciones frente a la página –o audiencia– dieron cuenta la poesía épica de autores griegos y latinos. En la Ilíada aflora este primer interrogante acerca de la libertad; en versos iniciales: "Canta Diosa", el poeta sabe lo que va a contar sólo que él repetirá lo que la Musa le diga, o cante. El próximo giro aparece en el mismo Homero –en lo personal me sumo a los que dudan que sea el mismo autor– cuando en Odisea anticipa: "Cuéntame musa"; el giro está ahora intermediado por la versión de los hechos que escribirá el autor. Ya en Eneida, Virgilio omite a la Musa en el inicio: "Canto a las armas y al hombre" –Arma virumque cano–, aunque siempre trata, al igual que Homero, de contar una historia que la audiencia no ignora –en su caso, contar la glorificación del imperio romano y de Augusto–. Bien se puede concluir –más allá de su indiscutible valor literario– que es una obra escrita por encargo, el emperador y los romanos se jactaban de ser descendientes del troyano Eneas, hijo dilecto de Venus, y de sus compañeros. A modo de comparación en lo que hace a la actitud del escritor frente a la hoja en blanco, en el otro extremo de la calidad literaria están aquellos –olvidables– versos de Nicolás Guillén "Stalin, Capitán, / a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún. / A tu lado, cantando, los hombres libres van".
El paso más importante de independencia del escritor y su libertad lo dará Ovidio en Metamorfosis por aquel comienzo "Mi inspiración me lleva a hablar..."; el escritor meditó, largamente, lo que va a escribir, se documentó y trazó un plan de trabajo; sabe qué va a escribir y cómo. No sólo ha prescindido de la Musa, sino también dejó de lado al protector –Augusto, Stalin o cualquier otro– y ejerce el arte con total libertad. El hecho que Ovidio fuera enviado al destierro por Augusto da pruebas que este ejercicio de la libertad a la hora de empuñar, ya que no la espada, la pluma, no es gratuito; el sórdido senador McCarty y el siniestro Archipiélago Gulag lo certifican.
De allí el valor de la actitud del escritor frente a la hoja en blanco, necesitamos narraciones para poder entender la realidad –al decir de Wilde –, historias de personajes del presente o del pasado, imaginarios o reales. Relatos que iluminan y ayuden a desmitificar otras ficciones, de ideologías o propagandas, o perimidos patrones estéticos. Y esto será válido, a la hora de abrir un libro, de ir a un museo o de ver una película. Y hablando de películas y escritores me acude la escena final de Patterson, de Jim Jarmusch. El diálogo entre un turista japonés y el protagonista –ambos poetas–; el protagonista desolado porque el perro de su pareja le ha destrozado la libreta donde ha escrito sus poemas. Luego de escucharlo, el turista se levanta, se despide y le regala un cuaderno en blanco, sus palabras de adiós: "a veces las páginas en blanco dan más posibilidades".
En "Consejos de escritores 4", cité una reflexión de García Márquez: "Durante mucho tiempo me aterró la página en blanco. Pero un día leí lo que dijo Hemingway; hay que empezar, y escribir, y escribir, hasta que de pronto uno siente que las cosas salen solas, como si alguien te las dictara al oído". ¿Qué nos dictará ese alguien de Hemingway?: ¿"Canta Diosa; Cuéntame Musa"; "Canto a las armas y al hombre"; "Mi inspiración me lleva a hablar...? "