—Con la computación ando muy bien, me manejo en armado de blogs, búsquedas, tengo experiencia en plataforma Windows o Mac y sus compatibilidades. Con muchas horas de vuelo en la realidad virtual, el inglés es muy común, pero debo ser sincero con usted: no podría sostener una teleconferencia o escribirlo correctamente.
—Mirá Horacio, sabés que tu tío es mi contador, te cité por él, es un tipo muy inteligente. Me habló de vos y me dijo que estabas capacitado. Somos una empresa que se dedica a la importación de motos y accesorios. No te pido que hables chino mandarín, pero sin un buen nivel de inglés estamos en problemas.
Se hizo un silencio, pero Horacio, perplejo, no tenía respuesta. Después de largos segundos, Rocardo continuó:
—Por lo que me decís, no tenés problemas con la computación, pero para este puesto hace falta inglés oral y escrito. De lo contrario, vas a tener que estudiar y volver más adelante. Alguien de confianza nos sirve mucho, pero sin idioma estás afuera. Tal vez te pueda recomendar a un distribuidor, la red comercial está creciendo. Yo tampoco te quiero entretener.
Horacio quedó atontado, todo había terminado como una inyección intramuscular: le habían pasado el algodoncito con alcohol y lo habían vacunado sin que se diera cuenta. Era un gol en contra antes de los tres minutos del primer tiempo. Rocardo se dio cuenta de que lo había noqueado.
—No hace falta que te tome un examen, disculpá mi sinceridad, pero esto “es así” porque al primer llamado desde el exterior estás hasta las manos. Decime vos. ¿Qué hacemos?
Horacio seguía sin contestar. Le retumbaba en la cabeza el esto “es así” y le vino a la mente su profesor de Antropología Sistemática I hablándole en un bar de Constitución del “es así” de Rodolfo Kusch y de la antropología filosófica americana.
Era todo una gran ensalada. Ese “ser así” suponía un “ser así” de desocupado, un “ser así” de perdedor. Volvía a estar lejos del camino que lo llevaba a “ser alguien”, había regresado súbitamente al “estar mal”, que no es lo mismo que el “estar bien”. Pero no se había dejado estar, porque “dejarse estar” era típico de quienes asimilados al paisaje, no querían “progresar” y que, en vez de comprar con un crédito bancario una bomba sumergible trifásica e instalar un generador para regar su tierra y sembrar, se entregaban al chamán para que leyera en las hojas de coca si se iba a dar “maíz o maleza”.
Pese al esfuerzo, había resultado maleza. Se había levantado temprano, vestido, peinado, había preparado su currículum… Todo para progresar, pero la salvación no había llegado esa mañana. Evaluado y condenado por el juez empleador en menos de tres minutos. Todo estaba perdido. Horacio tuvo un pensamiento ridículo: “A mí me falta el inglés, pero a él le falta un dedo”.
Pasaron en silencio unos pocos segundos. Horacio, lleno de barullo mental; Rocardo, pensando en todo lo que tenía que hacer esa mañana y en despedir a ese joven lo antes posible. Tomaron unos sorbos más de café tibio y Horacio habló:
—Le agradezco su sinceridad, me voy y vuelvo más adelante, le pido disculpas por el tiempo perdido, tengo que profundizar el inglés.
Luego balbuceó, como revalorizándose:
—¡Con internet ando bien!
—Tu tío te quiere mucho, te recomendó de la mejor forma. Me gusta que no me sanatees, realmente sería bueno que vuelvas. ¿Viste a Susana, la secretaria que te recibió? Gana mil quinientos dólares por mes, habla inglés, chino mandarín y algo de alemán. A fin de año le damos un premio según como nos va. Somos muy pocos y nos rompemos el culo. No te pido chino, ni alemán, pero sin inglés estamos jodidos, creí que Osvaldo te lo había dicho, la idea incluso era que me acompañaras en algunos viajes a China.
—Me lo debe haber dicho, pero no lo registré, estaría boleado.
—¿Cómo está tu familia después de lo de tu viejo? Tu tío en su momento me lo comentó.
—Lo mataron en la puerta de casa delante de mi vieja y de mi hermana menor. Entraban por el garaje a la noche y no vieron a los chorros cuando llegaron. Había bajado del auto para abrir el portón y uno que apareció empuñando un arma y lo quiso forzar para entrar a la casa, mi viejo instintivamente se le tiró encima y le manoteó la pistola, pero otro que estaba escondido llegó corriendo y le metió tres tiros por la espalda. Fue hace dos años.
—¡Qué terrible! ¿Qué pasó después?
—Nada… Bah, de todo: mi madre quedó muy mal, yo había terminado primer año de facultad y largué. Me busqué un trabajo, hasta hace cuatro meses que cerró la empresa en la que estaba, una textil. Mi hermana menor, Florencia, ahora tiene quince, estuvo meses casi sin hablar. Cambió el tablero.
—Más que un cambio de tablero, se los patearon. Acá también entraron. La última vez la pasamos mal: como no teníamos efectivo, primero me metieron en el baúl del auto y después fuimos a recorrer cajeros; pude sacar tres mil pesos, pero querían más; al final, cuando ya tenía la cabeza llena de chichones de los culatazos, se asustaron por un patrullero que pasó de casualidad y pude salir entero. Lamento mucho lo de tu padre. El inglés es un idioma que se aprende, si te ponés en línea llamame. Mientras tanto voy a hablar con algún distribuidor a ver si necesitan alguien para el mostrador.
En ese momento, sin aviso previo, entró Helena, rubia, alta, delgada, su rostro era inolvidablemente bello, el cuerpo trabajado como el de una bailarina, lucía una larga cabellera trenzada. El suéter negro de punto abierto con el cuello volcado contrastaba con el color y el brillo de su piel. Vestía jeans gastados y mostraba en sus orejas delicados aros de oro con un pequeño rubí. Sus labios eran perfectos e intensos y su mirada inteligente.