Enrique Vila Matas habló de mí en la Ñ, le dije a Roberto Ferro (crítico, escritor) aquel día. Me miró como si ya no hubiera retorno, como si ya hubiera por fin ocurrido un desbarajuste en mi cerebro.
En la entrevista de la revista Ñ, le habían preguntado a Vila Matas qué pensaba del libro electrónico, él dijo que no sabía qué pensar, pero que le agradecía a la persona que le había escaneado “La asesina ilustrada” porque no tenía ese texto en formato digital. Esa fui yo. Enrique Vila Matas habló de mi en la Ñ, repetí.
Había leído “Bartleby y compañía ”, me gustó tanto que empecé a comprar y leer los libro que en ese texto se mencionaban; me volví fanática instantáneamente de este autor; y comencé a hacer lo que hacen los que descubren un texto estimulante, comentar sobre él.
El caso es que en aquel entonces, no encontraba a nadie que supiera siquiera que había un escritor llamado Enrique Vila Matas, harta ya de que nadie me hiciera caso y lo leyera, suponiendo que era una cuestión de no encontrar los libros, lo cual no es inusual, escanee “La asesina ilustrada”, que me fascinó ya desde el título, y a partir de ese momento empecé a distribuirlo a cada persona que le recomendaba leerlo, así ya no había excusas.
No sólo comencé a seguir y espiar a Vila Matas, desde entonces, sino que en conjunción total con muchas de sus anécdotas, descubrí que él decía lo mismo con Antonio Tabucchi, lo sigue, lo espía.
Cuando llegue a “Recuerdos inventados”, en uno de sus textos Vila Matas comenta una anécdota que le ocurrió con Tabucchi, cuando eran niños, un asunto de vacaciones en casas vecinas.
Un año, vino Vila Matas a la Feria del libro, a presentar “Doctor Pasavento”; fui para escucharlo en una charla que daría, pensando que no habría demasiada gente.
La organización de la Feria del libro estimó algo parecido a lo que supuse, que tal vez no iría demasiada gente, porque lo pusieron en una sala no demasiado grande; las expectativas eran desacertadas, la cola para entrar, cuando ya la sala estaba casi llena era imposible.
Pronto dijeron sala llena, y vi disolverse la cola, delante de mí, con mucha desilusión.
Igual, me acerqué a la puerta y logré meter la cabeza para por lo menos verlo en persona, como otros hicieron lo mismo, pronto la puerta quedó trabada de personas, yo tenía la mitad del cuerpo apretada con el dintel, dentro del recinto, la otra mitad afuera. La persona de la administración que tenía que cerrar la puerta, fue deshaciéndose de cada uno de los que trababan la puerta, menos de mi, que no cedía y miraba desesperada trinchada en el borde de la puerta.
Se ve que mi desesperación debió conmoverla, porque me dijo: entrá; casi al oído, sentate adelante, faltó el de prensa, ocupá su lugar.
Fue así que mágicamente quedé sentada frente a Enrique Vila Matas, con mi librito que en ese entonces leía, “Recuerdos inventados”, el día 8 de mayo de aquel año, día exacto que recuerdo porque es mi cumpleaños.
En esa charla, Vila Matas tenía varios de sus libros, la mayoría de la editorial que presentaba, la de “Doctor Pasavento”, y entre otros, “Recuerdos inventados” que era el tenía yo, que no era de la misma editorial.
En aquella charla Vila Matas tomó “Recuerdos inventados” y se refirió exactamente a la anécdota sobre Antonio Tabucchi, su persecución, y relató de la vez que se encontró en un Congreso con Tabucchi, que se la pasó eludiéndolo, pensando que Tabucci le echaría en cara el por qué había inventado que se conocieran. Cuando la casualidad quiso que al fin se enfrentaran, lejos de reprocharle, Tabucchi estaba tan encantado con la idea que le propuso ampliarla.
La charla de Vila Matas pasó así, como sus libros, llenos de literatura, de torceduras en los recursos hasta llevarnos de la risa a la admiración asistiendo a una extraordinaria clase de su forma de construir sus textos, ahora oral, de quién sabe, encuentros inventados.
Cuando la charla terminó, anunciaron que Vila Matas firmaría ejemplares en el stand de la editorial, a la que no pensaba ya asistir, no tenía ese libro en ese momento y no lo compraría aún, por razones de economías domésticas.
Cuando nos paramos, público y Vila Matas, él me miró, directamente a los ojos, y en un gesto insólito, estiró el brazo, hacia mi libro, lo tomó, así de cerca estábamos, y en unos segundos hizo dibujito característico de su firma; que por otra parte es una representación perfecta de la impostura de una firma, hasta en ese trazo de identidad Vila Matas es un Vila Matas auténtico.
Yo estaba paralizada de emoción, ni siquiera había imaginado que tendría una firma de Vila Matas en uno de mis libros, en parte porque nunca pido firmas a los autores, y pasó así, nunca sabré por qué ni cómo se produjo ese momento en el tiempo pareció detenerse y provocar esa singularidad, el día que Vila Matas me conoció.
Luego supe que en la cola, no pudo hacer su característico dibujo, había demasiada gente. Ese día al menos, fui la única con su dibujo en el libro.
Cuando escribo esto, hace algunos años después, ya con la mayoría de los textos de Vila Matas que pude conseguir, en “Y Pasavento ya no estaba”, encontré el texto que había leído en la Ñ, bajo el título “El libro por venir”, aunque no nombra que hablara de “La asesina ilustrada”, sé que fue ese porque sí la mencionó en la Ñ.
Leyendo “Una vida absolutamente Maravillosa”, que tiene contenidos de otros libros, que me resulta completamente satisfactorio releer, se me quedó esta anécdota rebotando y me senté a escribirla.
De repente, como pensaba publicarla, se me ocurrió escanear aquella firma, y acompañar este relato con la prueba, buscando el libro, cuál no fue mi sorpresa descubrir que el libro de que había estado contando este recuerdo, no era “Recuerdos inventados”, sino “Aunque no entendamos nada”. Por años creí que era el otro, lo curioso es que la razón por la que finalmente encontré la firma, es porque recordaba el color del libro.
En una simbiosis total con el autor, mi recuerdo inventó parte de la historia, como una mímesis del final de Emma Zunz de Jorge Luis Borges, la historia es sustancialmente cierta, salvo uno dos títulos de libros.
Desde entonces, por alguna razón inexplicable, supongo que encontraré en algún libro de Vila Matas esta anécdota, aunque él no tendría forma de conocer las circunstancias o serie de casualidades que desembocó en el día que me conoció, lo creo perfectamente capaz de inventar este recuerdo.